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sábado, 5 de mayo de 2007

SUEÑO

04-05-2007

Se despertó en medio de la noche, afuera los gigantes eructaban, mientras sacaban fotos con flash y lloraban. Apoyó su espalda en el respaldar de la gran cama, llevó sus rodillas al pecho y las envolvió con ambos brazos, colocó su cara en el hueco que se formaba, posición fetal vertical, con los ojos cerrados se le vino toda la vida encima.

Los patios de la infancia, los partidos de tute y truco, el domingo de pastas o asado y vino; miró de reojo a Isabel, tan blanca confundiendo su rostro con la almohada y su pelo tan rojo formando un mar de sangre un abanico de fuego. El silencio de a ratos lo llevaba a olvidar el sueño que lo hizo abandonar el descanso, pero otro estruendo lo volvía a meter en su mundo pasado para no pensar en la tormenta. Mario pensaba en, cuándo cruzó la línea, cuándo se convirtió en lo que no quería ser; “La Colorada” no se enteraba de lo que pasaba a su lado, suspiraba entre sueños.

Siempre fue un hombre reflexivo, y últimamente estaba estancado y esto lo hacía lo hacia pensar en esa vida libre, donde no había horarios y donde los sábados jugaba a la pelota, la tapia de los Alonsos, donde él y Luisito charlaban uno a cada lado.

Volvió a mirar la cara angelical, y a su vez siniestra, de Isabel, corrió un mechón de pelo del ojo de ella, quien inclino la cabeza y apretó la mano de Mario entre el mentón y el hombro, como el regocijo de un felino, solo le faltaba ronronear. Ella lo había ayudado mucho, cuando la conoció estaba muy deprimido y fue su cable a tierra, su amuleto para la felicidad (a mi en el poco tiempo que conocí a Isabel me pareció una muy buena mujer); pero con el tiempo la vida se hizo cotidiana, los besos cada vez eran menos dulces y mas bien de habito, la rutina se fue apoderando de él.

-Las pequeñas cosas – Se decía a si mismo mientras se tomaba la cabeza tapándose la cara con ambas manos. Recordaba las palabras que alguna vez yo le había dicho.

Lo recuerdo como hoy, estábamos en el patio del instituto, luego de haber tocado unos valsecitos para un publico reducido, charlábamos de la vida en general, él sostenía que la rutina era mala que arruinaba todo, que todo lo hacia frió y sin sorpresas, yo entretanto trataba de hacerle entender que lo hermoso estaba “en las pequeñas cosas”, esas que hacen que nos olvidemos de la rutina; él no me escuchaba nunca lo hizo, y me exponía su idea del miedo a la muerte “le tememos a la muerte porque no queremos irnos, porque acá hay cosas que no queremos dejar, cuando perdemos ese miedo es porque ya nada nos importa, porque no hay nada mas que hacer, ¿me entendés Alberto?, nunca perdamos el miedo”.

De hecho Mario había perdido el miedo hacia tiempo, y relojeaba nuevamente a Isabel, y la odiaba, la odiaba en silencio y la amaba. En los vidrios del ventanal se veía multiplicado en todas las gotas de lluvia, muchos él, mucho silencioso dolor. En que momento Medusa lo convirtió en piedra -pensó-, se sentía simplemente una estatua, Isabel fue su guía, la persona que lo contuvo en los peores momentos, ese era el problema, él seguía los pasos de la mujer y todo pasaba por ella, toda decisión, toda discusión; Mario deseaba sacarse ese grillete, volver al libre pensamiento, a la no rutina, a los amigos, al bar del Gallego para comer la picada del viernes y tomarse unos vinos con nosotros (que ya no éramos nosotros).

Necesitaba tomar agua, se levanto, fue a la cocina, miró las cortinas de la ventana que daba al parque, justo sobre la pileta, eso colores no elegidos por el, la abrió y en plena oscuridad pudo apreciar la silueta del ciruelo, un refulgir blanco y cegador se lo hizo ver con toda la claridad -no quería cortarlo, amaba a ese árbol, sin embargo Isabel lo odiaba, decía que se llenaba de bichos y le pidió a Mario que lo sacara- lleno el vaso y volvió a la cama a su posición segura y tranquila.

Eran las cuatro y media o cinco de la madrugada, una impaciencia e inconformidad se apoderó de él, miró por última vez el mar rojo sobre la almohada de Isabel, su tez tan blanca y delicada.

-No tenía miedo a la muerte, ya no me importaba, no quedaba otra salida – Me dijo aquella mañana, luego de contarme todos los hechos, en el patio cubierto del penal, donde se recibían las visitas.

Habían pasado muchos años, ya no éramos los pibes que le decían algo a alguna señorita que pasara por la vereda, lo noté triste pero seguro de sí mismo. No negaba lo que había hecho, yo aun no lo podía creer, estaba ahí en ese lugar sin prejuicios sociales (ahí todos iguales), me dio detalle de todo lo que pasó esa noche, todo lo que pasó por su mente y la necesidad de ser Perseo para librar su alma y su mente.

-Hoy vuelvo a vivir, me decía, tengo un objetivo, y vuelvo a temerle a la muerte, tengo motivos que no puedo abandonar y por sobre todo, aprendí a disfrutar las pequeñas cosas, acá la rutina es muy grande, pero siempre es distinta y siempre hay algo chiquito. Tenía que hacerlo, era la única manera, de tener un recuerdo grato más sumado a los otros, donde estas vos, Luisito y el Negro.

No pude discutir con él, no tuve el valor de decirle que hay otras maneras de salir, que no se puede vivir con el pasado a cuesta y que si el presente nos esta lastimando debemos buscar la forma de cambiarlo, pero no para peor, que es lo yo sentía que estaba haciendo Mario.

A la semana de mi visita al penal, me llegó una notificación, Mario se había suicidado, no me extrañó, volví a recorrer en mi mente aquellos días amarillos de sol, de vereda y chocolatada, puse la nota de su muerte junto al periódico que contenía la noticia y las fotos del asesinato de Isabel Ramirez y de su asesino (ella tan ella, tan blanca sobre un manto rojo, mezcla de su pelo y la sangre que brotaba de la herida de su cuello); guardé todo en el cajón del estudio, me fui a mi cuarto abracé a mi mujer y nos dormimos, como cada noche, para empezar la nueva rutina de mañana.

Gastón Pigliapochi
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1 comentario:

  1. Anónimo12:02 a.m.

    Hola de nuevo!!!! y bueno, es recurrente el tema de la rutina en tus escritos. Se nota que algo en lo que caerás seguido y le tenés una especie de fobia (quién no la tiene hacia tan terrible y espantoso monstruo??). O es algo en lo que queres dejar claro a todos que no te gustaría caer.

    La rutina, la cotidaneidad es lo que desgasta muchas cosas. No hay que olvidar que en lo pequeño está lo grande...

    Muchos Besos...

    NOE

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