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lunes, 5 de marzo de 2012

Carusita


Martes ocho de la noche, día lluvioso. Pasa por la farmacia, se acerca al teléfono, mirá a ambos lados, marca un número.

- Hola
- ¿qué hacés loco?
- Cómo andás...
- Nada de nombres. Escuchame.
- ¿Desde dónde me estas llamando? y ¿Por qué al celular?
- Desde un público, es la única manera de pasar desapercibido. Necesito un favor de tu parte.
- Decime, mientras no sea plata - suena burlona la frase.
- Boludo, es serio esto. Sabías que algún día iba a llegar. - Los nervios entrecortan las palabras, mezcla de angustia y serenidad.
- La puta madre. ¿En qué te metiste? - ahora ambos están nerviosos.
- Mirá, no hay mucho tiempo. Necesito que vayas mañana a la plaza a las diecinueve horas, y sabés bien como; no voy a darte más información, solo que cerca del mástil me pedís un cigarrillo. Lo más probable es que no nos veamos más, así que viene otro favor... - es interrumpido nuevamente
- Para pelotudo, de qué mierda me hablás, ¿tan grosso es el tema? Ya este favor es grande por lo que decís, que otro me podés pedir.
- Hacete cargo de Cata
- No, no. Pará... pará un poquito, no entiendo nada. - La voz se quiebra, un sollozo ahogado. Sabe que no hay vuelta atrás, que esa charla seguramente sea una las últimas que tenga con su amigo.
- Vas a entender a su tiempo, nos vemos mañana. Deni.
- ¿Qué? - el tono de la empresa telefónica le retumba en la cabeza.

Miércoles. Camina nervioso por el cuarto, ya dejó a la nena en lo de una compañerita, y le dijo a la madre que la va a pasar a buscar un tío, que la nena lo conoce, no hay problema. Prende un cigarrillo, ya perdió la cuenta del número. De qué mierda sirve esto de anotar los puchos para dejar, piensa. Mirá al reloj, siete menos veinticinco; el tiempo se hace de chicle, se frota la cabeza, se sienta en el sillón, se para, vuelve a caminar en círculos, se sirve una taza de café caliente, afuera el frío es intenso. Se decide y sale, agarra los puchos y el encendedor carusita.
La tarde es oscura a esta altura del año, llega a la punta de la plaza levemente iluminada por las luminarias que empiezan a prenderse. Toma la diagonal, directo a la bandera.
Unos metros antes de llegar se le acerca un linyera; con ropas sucias y rotas, barba, pelo largo, desaliñado; lo mira a los ojos.

- ¿Tiene un cigarrillo? - lo increpa
Mete la mano en el bolsillo de la campera y saca el paquete.
- Tomá - le extiende el paquete, con uno asomando - No levantés la perdiz - le susurra.
- Tiene fuego, maestro.
- Caminá conmigo, mientras te doy a Nerón.
Caminan en dirección a la otra punta que sale desde el mástil.
- Adentro hay un papel con una clave, le falta un número, solo vos sabés cuál es. Entrá a una carpeta que tengo en la computadora, es un disco fantasma, solo vas a entrar con el usuario, que también vos supondrás cuál es y esa clave. Saca toda la data e imprimila, guarda todo y llevaselo a Raúl, el sabe qué hacer.
- Pero, ¿por qué no vas vos?
- ¿Ves el tipo de allá? - señala con la mirada - Pará boludo, discreto. Bueno, me viene siguiendo desde hace días, la mina que está corriendo allá, corre en horarios cruzados; oh casualidad, en los que yo ando en la plaza. Y ni hablar de los dos canas. Estoy jodido, bueno loco, gracias por todo, no te abrazo porque sería sospechoso, además tenés un olor a perro muerto, sos bueno en esto no sé porqué no tenés más laburo en el teatro. - se ríe y se alejan.
-Ah pará, Cata está en la dirección que figura del otro lado de la clave. Chau.

Se separan. Llega a la esquina, se le acerca la mujer y lo choca. Los policías corren hasta él y el tipo de traje también. Lo agarran, le dicen algo, que el linyera no llega a oír desde donde está; lo ponen contra un árbol y le esposan las manos a la espalda, no se hacen problema porque haya más gente en el lugar, se lo llevan. Nunca más sabrá de él.

Llega a su casa, saca el carusita, lo abre, saca el pedazo de papel, mira la dirección, se pega una ducha y va en busca de la nena.

- Buenas, vengo a buscar a Catalina
- Ah, ¿usted es el tío?
- ¿El tío?
- Qué hacés tío, como andás - lo saluda, astuta la nena - ¿qué me trajiste?
- Un paragüitas - lo saca del bolsillo y se lo da.- Vamos que se está por largar a llover de nuevo.

Mientras caminan por la calle, piensa que mierda decirle a la hija de su amigo. Cómo encarar tema, mentirle no serviría de nada, solo para problemas. Van de la mano, la mira y le pregunta que quiere comer, que ella tiene que elegir. Pide pizza de fugazzeta, solo una diga hija del Tato podría pedir esa pizza, piensa mientras se le llenan de lagrimas los ojos.

Al día siguiente, antes de ir a la escuela le dice a Cata que se va a quedar con él un tiempo, ella lo abraza y le dice que está bien que el padre le había contado y la había preparado para esto; Por qué carajo no me preparó a mí, se dice para adentro. Mientras la pequeña está en la escuela, toma el papel nuevamente y mira la clave, son siete números, y dijo que faltaba uno. Los vuelve a mirar, la puta que te parió Tato, ahora tiene sentido el deni. Se va directo hasta la casa, da una vuelta manzana, no ve nada sospechoso, entra con el juego de llave que tenía la nena, la cerradura está forzada, adentro está todo revuelto, puertas rotas de cuartos y armarios. Sabe que es peligroso estar ahí, pero si ya estuvieron es raro que vuelvan, se consuela diciendo. Se va al patio, al cuarto de herramientas, corre la baldosa de la esquina, saca del fondo la notebook, se la lleva.
Pasa por la escuela retira a Catalina, comen unos panchos, decisión de la pequeña. Se sienta en el escritorio y abre la computadora, le pega un grito diciéndole que ponga lo que quiera en la tele. Entra al disco, abre el programa de disco fantasma, nombre y contraseña. Sin ninguna duda, escribe Cata y su número de documento de identidad. Ve mucha información que no llega a entender, fotos de ellos pescando, y de vacaciones junto a Verónica antes de que la chupen, hay datos para la adopción de nena, para la tutela, para que pueda tenerla sin ningún problema y datos de personas de las fuerzas, pesadas, papeles para juicios. Se limpia la gota de transpiración fría que le cae, hace copia de todo en dos unidades portátiles de información e imprime todo, hasta algunas fotos.
Deja pasar unos días, unos meses. No hay noticias de Tato y la nena no dice nada, se va a verlo a Raúl, le lleva todo. Hablan largas horas, de bueyes perdidos y de estos hijos de puta que ya iban a caer, que no iban a zafar. Lo consuela saber que lo de la adopción está todo bien, al menos a su amigo no lo defraudaría; todo el resto quedaría en manos de la justicia, cuando esta retornara, si eso era factible.


Gastón Pigliapochi
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