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jueves, 25 de noviembre de 2010

Arlegui (cuento)

“…Así a veces, cuando cae la noche y pongo una hoja en blanco en el rodillo y enciendo un Gitane y me trato de estúpido, (¿para qué un cuento, al fin y al cabo, por qué no abrir un libro de otro cuentista , o escuchar uno de mis discos?)…”

Julio Cortazar, Deshoras, “Diario para un cuento”.

El viejo Arlegui era cartógrafo, más precisamente se había dedicado toda su vida a la topografía; vivía en la calle Curapaligüe –cerca de la estación Caseros del ferrocarril San Martín- junto a su mujer quien lo acompañaba desde hacía ya cincuenta años. Por esas cosas de la vida no tuvieron hijos; el tiempo que le demandaba el trabajo a él y la pasión que este le ponía no lo dejaban pensar en otra cosa. Ana, su mujer, era maestra de primaria y le gustaban mucho los niños, tenía una enorme paciencia y un gran amor en su pequeño cuerpo, para ellos. Ella aceptó el no tener chicos (esas cosas se aceptan pero no se perdonan, ese perdón personal hacia uno mismo), igual estaban los sobrinos y los alumnos que llenaban ese vacío.

Arlegui era un perfeccionista de su trabajo, él mismo participaba de los estudios de campo, yendo con los helicópteros y caminando las zonas, tomando medidas y fotografías; luego se sentaba con las fotos y los datos, comenzaba a trazar las líneas, no era amante de ninguna tecnología, amaba lo que hacía y en cada mapa dejaba una parte de si. Así como Goya pintó La Maja Desnuda, cada curva del topógrafo era una obra de arte. La tarea era lenta, tardaba días en terminar un mapa, días en los que su señora prácticamente no lo veía, él se encerraba en su escritorio y empezaba a dibujar sobre la mesa y pintaba las alturas las profundidades, la vegetación, lo desértico, latitudes longitudes; se imaginaba como un ser pequeñísimo que transitaba por esos caminos, decía que quien mirase el mapa debía experimentar lo mismo.

La paga era buena y además conocía lugares, lo único malo era que extrañaba a su mujer y se lo hacía saber a ella, entonces, la invitaba a cenar a los lugares más caros y Ana disfrutaba enormemente de eso, era un momento en el que conversaban y se contaban hazañas; ella tenía su rutina, le tomaba las manos, le decía que el callo del dedo medio estaba más duro, lo besaba, le daba para probar de su comida, le contaba de la niñita de trenzas que le preguntaba “¿por qué se enamora la gente?” y la dejaba sin respuestas, hasta que en esa unión de manos sobre un mantel fino entre platos y copas, entendía sin entenderlo, pero, como explicar eso a una nena; Arlegui la escuchaba y le sonreía casi sonrojadamente y le decía “hay misterios que es mejor no encontrarles respuestas y disfrutarlos” y luego le resumía en lo que estaba trabajando. Al día siguiente la monotonía volvía junto a los monosílabos y las frases cortas “buen día” “chau amor” “¿cenás hoy?” “sí” “no”.

Los años pasaban, en algunas ocasiones iban a vacacionar a las sierras de Cordoba, a la casa de un amigo de él que se había hartado de la ciudad y su velocidad y se fue a vivir con su mujer a Capilla Del Monte, esos días eran memorables, la pareja tenía un hijo “Ricardo”, era muy mimado por todos, le encantaba estar con Arlegui (el encanto era mutuo) ya que este lo trataba como adulto y no como un nene, le enseñaba a dibujar y a trazar pequeños mapas, le mostraba como encontrar el sur y como saber si iba a llover. Por las noches cenaban en el patio bajo las estrellas; las mujeres hablaban de los chicos, una por su experiencia como madre y la otra por su pedagogía y como madre de tantos hijos ajenos.

Los hombres fuman y hablan de sus trabajos, de escritores y de San Lorenzo, Ricardito comparte esa charla de machos y acota cada tanto “¿sabes que tengo novia?” (siempre lo trataba de vos a pedido del mismo Arlegui).- Mira vos este mocoso – Le decía a Adolfo (su amigo), mientras le frotaba enérgicamente la cabeza al niño.

- ¿Y cómo se llama, che?

- Mirta

- ¿Es compañera del colegio?

- Sí, pero ella no sabe que es mi novia – Se sonroja, Arlegui y Adolfo rompen en carcajadas.

Arlegui le decía a Adolfo que le impresionaba la tranquilidad del lugar, que se despertaban todos los sentidos, uno sentía que el cuerpo no pesaba, como si tan sólo fuesen almas, lo miraba al pequeño, quien estaba absorto, con una mirada extrañada y pensativa.

- Cerrá los ojos Ricardito – Le decía

- ¿Para qué? – Preguntaba desconfiado

- No te voy a hacer ninguna broma, vos cerralos – el niño los cierra.

- Ahora decime, ¿Qué sentís?

- Nada – Respondía impaciente.

- Presta atención, tranquilo ¿Qué olés? – Ricardo inhalaba profundamente por la nariz.

- Huelo a tierra mojada, como cuando mamá riega las plantas.

- ¿Qué más?

- A peperina, un poco a durazno.

- Bien, ¿Qué escuchás?

- Grillos, ranitas, ah, y el río

- ¿sentís algo en la cara o en la piel?

- Siento la brisa, como si me acariciara papá o mamá. ¿no me estas acariciando? ¿no pa?

- No – respondía Adolfo con ojos humedecidos.

- Ahora ¿Qué sabor te viene a la cabeza?

- Café con leche – Decía rapidamente Ricardito.

- ¿cómo te sentís?

- Contento – Y sonreia

- Bueno ahora cuando sientas algunas de estas cosas todas estas imágenes te van a venir a la cabeza siempre, y ,cuando estés triste, porque lo vas a estar algunas veces, sólo tenés que cerrar los ojos y pensar en estas cosas y se te va a ir la tristeza, vas a conectarte con tu alma.

- ¿Qué es el alma? – Le preguntaba ya con los ojos abiertos.

- Es muy difícil de explicar, ya vas a descubrirlo sólo, pero donde guardaste todo esto es parte de tu alma.

Conociendo al niño, Adolfo interrumpe la charla; le apoya la mano sobre el hombro a Ricardo y le susurra al oído.

- Andá, traete la botella de grappa – El niño sale corriendo por el caminito de piedras.

- Nunca voy a entender por qué no tuviste hijos, serías un gran padre.

- Posiblemente, aunque también es probable que con Ricardito me lleve bien porque no es hijo mío, ese chico es especial, no parece que tenga nueve años, es muy despierto. Que sé yo amigo, cosas de la vida.

- Viejo, venite a vivir acá, yo te puedo conseguir un lugar en la escuela para que des clases ya que te gusta tanto esta paz.

- ¿Yo dando clases? – rió Arlegui – No; además, esta paz como decís vos, me encanta porque me desenchufa del caos pero, si viviera acá no lo disfrutaría y me volvería loco, dejame, así estoy bien.

El niño apoya la botella y tres vasitos en el suelo.

- ¿Tres vasos trajiste?, si somos dos – el nene lo mira con cara de cordero degollado – no mirés así, sos muy chico para tomar esto.

- Dejalo, que se moje los labios aunque sea.

- Vos lo mal crías, está bien, solo un traguito.

La charla se prolongó hasta entrada la madrugada; Ricardito, colgado como un koala del cuello de Arlegui, dormía. La mujer de Adolfo y Ana se acercaron.

- Miralo a este, que pesado que es, damelo que lo llevo a acostar – le dijo la mujer de Adolfo mordiéndose el labio inferior y entrelazando y apretando las manos.

- No me molesta, para nada, dejalo.

Pasaron la noche de charla, recordando cosas de la niñez, aventuras olvidadas por uno o por otro y desconocidas por las mujeres. Acordaron ir por la mañana a montar a caballo para recorrer los cerros, se dieron las buenas noches y se fueron a dormir. Salieron temprano, estuvieron la mitad del día por las alturas y tomando mate bajo los árboles; cuando regresaron empaquetaron los objetos para volver a Buenos Aires, Arlegui se despidió por la noche de Adolfo, con un fuerte abrazo, sabiendo que no se verían por un largo tiempo.

Una vez en la capital lo cotidiano y rutinario volvía, el poco tiempo, los mapas, los días acompañados pero solitarios. Todo lo descansado quedaba atrás, el viejo trabajó uno años más en el centro de cartografía, hasta que este fue totalmente modernizado y prescindieron de la labor de Arlegui; le ofrecieron un puesto administrativo, no lo acepto. Su mujer le dijo que podían vivir con el sueldo de ella y con la jubilación de él, pero para este, no trabajar era como estar muerto.

Retorno a la escritura y el dibujo, pasó mas tiempo con Ana, se dio cuenta cuanto amaba a esa mujer y lamentaba el tiempo perdido. Se le ocurrió realizar un mapa topográfico de la ciudad con sus casas, árboles, calles y todos los detalles.

Comenzó a recorrer los barrios: Villa Urquiza, Devoto, Belgrano. Recolectaba información, medidas, fotografías y luego dibujaba; durante años se dedico a esto, modificando los mapas, pero Ana se enfermó, ya no podía acompañarlo en su peripecia, así que le hizo compañía, la cuido y le prometió ir a vivir a Córdoba, pero el destino juega injustamente muchas veces; Ana falleció ese mismo año, el viejo se compenetró mas en su mapa de la ciudad, pero no pudo seguir. Al volver a recorrer los barrios notó que donde había un chalet había ahora un edificio de siete pisos, que la arboleda de la calle Melián, en Belgrano, ya no estaba; que donde hubo adoquines ahora estaba cubierto por un asfalto negro, intento cambiar los mapas pero los cambios eran tan rápidos y grandes que no alcanzaba nunca a tener un mapa actual, hasta que una mañana se encontró en el patio, en su pequeña casa, sin sol, miró hacia arriba y se vio rodeado de edificios.

Con la muerte de Ana y su sentimiento de inutilidad se deprimió, pero tuvo una decisión muy inteligente (mucho más que la que yo hubiese tenido); cuando me lo encontré y me contó el resumen de su vida estábamos en la terminal de micros, yo iba hacia algún lugar buscando un norte, él iba a Cordoba a trabajar de maestro y a vivir allá, que es lo que Ana quería, escribió una novela homenajeando a su mujer.

Al subir al micro me dijo:

- Amigo, escriba esto, viaje, recorra, sueñe; pero sepa que eso que busca está en usted, siga el mapa que tenemos dentro, de recuerdos, vivencias y esperanzas y no deje que el trabajo lo aleje de lo que anhela y de lo que ama.

No me importó que el viejo no me reconociera, habían pasado veinteaños de la última vez que nos habiamos visto, aquella noche en la que tome grappa por primera vez; no le dije quien era ni que mi padre lo esperaba, simplemente me quede con su imagen con su recuerdo y con esa fuerza que siempre tuvo y con una frase que me dijo en medio de la charla y el café:

“No hay dudas que la naturaleza es mucho mas sabia que el hombre, porque pasan años para que las cosas se modifiquen y tengamos que modificar los mapas; en cambio el hombre es inconformista y por su desarrollo constante nada nunca es igual, es imposible hacer un mapa de las cosas que el hombre modifica a su placer."