Seguidores

lunes, 27 de agosto de 2007

NONO

Hoy me puse a ver una foto tuya y mientras lo hacia me vinieron recuerdos, la verdad que la vida es por momentos ingrata, porque hoy te veo tan bien por fuera pero sé que por dentro no lo estas, que se te confunden los tiempos y que por momentos te das cuenta. En mi egoísmo no te visito porque me resisto a verte mal a escucharte hablar solo por los rincones o a mantener conversaciones ajenas a las que se llevan acabo, me duele mirarte en esa foto y recordar.

Recordar cuando me llevabas a cococho por las calles o me llevabas a la plaza, cuando te hacía algún berrinche, me traías chocolates los domingos cuando te íbamos a visitar o hacías un asado, las vacaciones en Capilla del Monte con el remisero que nos pasaba a buscar y me decía “pascual” y no te olvidabas de esos momentos siempre en algún momento lo recordabas, tu peronismo acérrimo te recuerdo diciendo “este turco de mierda”.

La vida nos golpea cuando menos lo esperamos y a vos te golpeo sacándote a mi abuela y pienso que debe de ser terrible, tantos años compartidos en este infierno terrenal, tan dependiente de ella y tanto amor, y te decían “dejate de joder nino, hay que seguir adelante” es fácil decirlo no hacerlo, te entiendo. Yo no sé decir las cosas nunca supe y me gustaría decirte que te quiero muchísimo, pero lo tendría que haber dicho tantas veces, y hoy tal vez no tenga sentido, pero quiero que lo sepas, te voy a perder por que es el ciclo de vida y me voy a lamentar como ya lo hago de no decirte las cosas.

Extraño esas charlas de fútbol con tu bosterismo a pleno, o escucharte contar cosas de antaño, y me dicen a veces que tengo tu carácter cuando me pongo cascarrabias y nunca lo refute, de hecho estoy contento, porque me gusta tener algo de vos. Entre chistes con las cosas que haces por la enfermedad oculto mi dolor, sé que la ficha va a caer y no hay vuelta atrás, entre lagrimas se me dibuja una sonrisa al recordar estas cosas que vivimos juntos, los veranos y los inviernos que pasaba en tu casa, sigo pensando en la estupidez mia de no ir a verte para recordarte como sos para mi y no como estas ahora, que tonto es el ser humano o que tonto soy yo, y como duele, la puta che, como duele todo esto, estoy sensible por la vida en general, vos siempre preguntando por mí por si estoy bien con el laburo y yo acá escribiendo lo que no me sale por la boca, que difícil que es todo, como me gustaría volver a esa época en que me decías vamos a patear un rato al fondo. Ahora me gustaría también poder decirte nono quedate tranqui que mañana a la mañana vamos a patear un rato.

Gastón Pigliapochi
Copyright © - Derechos Reservados. ®

viernes, 10 de agosto de 2007

LA DESCOMPOSICION DEL BAR

En este bar descompuesto por tanta hipocresía intente hilar palabras y someterlas a la prisión de papel, con la idea de escribir algún nuevo cuento, a veces las cosas no son como uno quiere o espera, mi mente no podía desarrollar una idea, el murmullo del lugar me distrajo y pude ver la enfermedad que rodeaba e infectaba al pobre bar.

En una mesa una joven mujer entre sollozos, esquivaba la mirada de su pareja, al que yo solo podía ver su nuca, él la tomaba de la mano pero ella evadía la de él y limpiaba sus lagrimas, supuse un amante, un amor que se cortaba, en que la dama era la que daba el cierre y sus lagrimas eran por el dolor del otro, hipócrita pensé, como si realmente importara el dolor de ese pobre diablo.

Bajé la vista a mi papel que solo tenia una fecha, la de ese día en que intentaba crear algo, un mozo pasaba despotricando contra el mundo, siempre entre dientes y con una sonrisa para poder ganarse la propina del pelado que estaba sentado en diagonal mío, y con agilidad esquivaba las mesas y a la gente que entraba y salía de ese sitio tan inundado de mentiras.

Yo absorbía mi café (por cierto muy buen café) sin sacar la mirada de los clientes, y me dije ¿por qué nadie dice lo que siente?, evidentemente esto salio de mi boca (cosa común en mi, decir lo que pienso). Lo pude percibir por la anciana sentada a mi derecha, pintada como un fantoche, que me miraba frunciendo el seño y dando una panorámica de arriba hacia abajo; la mire, le incline la cabeza y le sonreí, esto la hizo volver a sus menesteres y rápidamente tuve una respuesta a mi pregunta, decir lo que se siente tiene su precio, y este es muy alto en general. Uno dice lo que siente y puede ser tratado de loco o simplemente puede desengañarse al siguiente instante en que su sentimiento salió de su boca, cuantas veces hemos dicho cosas y se levantó una pared delante nuestro.

Mire mi reloj, todavía con su vidrio roto desde hace tantos años, la manecilla pequeña giraba mientras me miraba como la anciana, juzgándome por lo que decía o tal vez por lo que pensaba, le incline la cabeza y le sonreí. Una niña entró vendiendo flores, el hombre que estaba con la mujer que lloraba le compra una rosa, como si eso solucionara el mundo, el mundo cruel y frió de la niña y su mundo que se rompía en mil pedazos, hipócrita al no aceptar las cosas y sabiendo que eso no soluciona nada comprar la flor.

Mi reflejo en el agua llenaba el pequeño vasito, cuadrado en su base, ese que sirve para enjuagarse la boca y poder saborear el café. En ese reflejo ví mi propia hipocresía, yo no soy una persona hipócrita por lo general, pero hay momentos en los que esta me gana, y ese era uno de esos momentos, me alimentaba ese dolor ajeno, ese ajetreo de personas que no se decían lo que sentían y me sentí feliz de no estar en el lugar de ningún otro, tuve ganas de gritarles hipócritas pequeños seres infelices, pero no lo hice, en lugar de eso vomite estas palabras y escribí este texto, ahora que lo termino realmente no me siento tan distintos a estos espectros que descomponen al pobre bar, que en sus paredes tiene escritos, mejor dicho tallados, juramentos de amor eterno y nombres de personas que nunca sabré si existieron.

Gaston Pigliapochi

Copyright © - Derechos Reservados. ®