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sábado, 30 de enero de 2010

La palabra



"Las palabras, no me creo lo que dicen.
Mis palabras son el centro del misterio.
Las palabras nos explican lo que nunca entenderemos.
Si fue cierto, fue mentira o si al fin fue todo un sueño"
Las Palabras - Fito Paez

Cuentan los viejos que en el mundo, o mejor dicho en el lenguaje, existe una palabra oculta que esconde todos los secretos del universo. Algunas civilizaciones antiguas creían que dicha palabra era el verdadero nombre de Dios; sin embargo, Mario Constantino, el canillita de la calle Yerbal, sostiene que esas letras no conforman un nombre o al menos no el de Dios, esto fue lo que intentó explicarle, debate filosófico mediante, al poeta Aranguren.
Mario había leído acerca del tema en un libro, de alguna colección de algún diario, cuando él era chico y su padre aun vivía. Pasaba todo el día en el kiosco, que partencia a su padre y su tío, de esta manera por aburrimiento o por interés (a veces es muy difícil distinguir la diferencia) leía todo lo que llegaba a sus manos. El libro en cuestión era de una literatura simple, que trataba sobre el hombre y explicaba que la solución a los problemas estaba en el interior del ser; realmente no era un texto que al pequeño Mario le gustara demasiado, pero se sintió atrapado y no pudo dejarlo hasta terminarlo de leer. Unos días después, de finalizada la lectura, le vino a la cabeza un párrafo que decía:

"Los secretos del hombre no lo hacen ni bueno ni malo,
estos solo condicionan su universo y lo limitan en lo
que se puede o no decir; de esta manera se encuentran
el hombre y su ser atrapados y pendientes de una palabra."

No le prestó importancia, hasta que por la tarde volvió a tomar el libro, marcó palabras en cada línea y formó:

"los secretos del universo, se encuentran en una palabra"

Se quedó pensando en esto y retomó la lectura de un clásico, “Hojas de hierbas” de Walt Whitman.

Los años pasaron y Mario investigó en diferentes textos en búsqueda de alguna información sobre esa palabra oculta que nombraba aquel libro, el cual siempre llevaba consigo. Prestó el ejemplar a diferentes personas y cada vez que le era devuelto arremetía con preguntas acerca de que le había parecido, a algunas de estas personas les parecía un libro intranscendente lleno de ideas trilladas y simplistas, a otras en cambio profundo y audaz; pero, ninguna decía nada respecto del párrafo que alguna vez Mario marcó con lápiz y luego borró. Esto lo llevo a pensar que no cualquiera podía captar el mensaje, se sintió un elegido.
Cuando comenzó a trabajar como canillita con su tío, luego de la muerte de su padre, se topó con otro libro que también tocaba el tema, a diferencia del primero este era una novela, de un autor colombiano y hablaba muy por encima de esa palabra secreta:

“…como aquella palabra mágica que esconde todas las respuestas a los misterios del universo y quiénes la conocen adquieren el conocimiento, al precio de dejar la vida terrenal…”

Mario sintió la necesidad de contactar al escritor, suponiendo que este tendría la información que él buscaba; investigando supo que vivía en Bogotá y se contactó con su agente, luego de varias comunicaciones vía locutorios, lo convenció para que le pasara la dirección de Carlos Tejada, autor de un par de novelas y algunos libros de poemas.
La primera de las cartas que envió fue de elogios hacia el escritor, sabía que primero debería ganar su confianza, las que siguieron no variaban mucho a la primera, la última trataba netamente sobre la novela “La tierra es tan lejana como el cielo” que era la que contenía el pasaje que a él le interesaba. Al cabo de varios remitente-destinatario y a pedido de Mario, Carlos le mandó una nota con un número telefónico, a la semana de recibirla el canillita llamó.

-Alo – dijo una voz con acento centroamericano al otro lado del tubo.
-Hola, ¿Carlos Tejada? – Preguntó
-Si, usted debe de ser Mario Constantino, me doy cuenta por su acento ¿Cómo anda?
-Muy bien, no me imaginaba su voz así.
-Es una sensación rara ¿vio?, imaginarse una voz y luego escucharla, es como cuando uno escucha su voz grabada por primera vez, siempre parece la de otra persona.
-Tiene razón. Espero no molestarlo y no ser inoportuno.
-Quédese tranquilo mi amigo; estaba tomando un descanso, luego de largas horas de escribir, sinceramente, le agradezco su llamado, es bueno hablar con alguien y salir un poco del trance en el que nos sumergimos los escritores.
-Bueno, yo le agradezco que me atienda ¿trabaja en un nuevo libro?
-Siempre estoy escribiendo, un poco por obsesión y otro por placer – la risa cómplice hizo que Mario también riera.
-Lo entiendo, a mí me sucede lo mismo pero desde el otro lado, desde la lectura.
-Pero le digo, no sé si será un nuevo libro o tal vez un borrador más, que…- una pausa se hizo en la voz de Carlos – ampliará la gran pared blanca de ladrillos de papel.
-Aunque no se publiquen no dejan de ser libros.
-Es muy interesante conversar con usted, pero si es o no un libro es discutible.

La charla telefónica prosiguió por algunos minutos más, hasta que Mario, por cuestiones económicas, se despidió y colgó.
Había ganado la confianza del escritor a través de varias llamadas telefónicas, era el momento de preguntar. Era un martes de lluvia, gris y fresco; poco movimiento de gente en las calles, poco trabajo en el kiosco.
Mario cerró el puesto y se dirigió al locutorio, saludó como de costumbre al encargado y agregó “hoy es el día”, el joven solo devolvió el saludo con la cabeza y le informó que la cabina dos estaba libre. Dejó el libro sobre la tabla que sostenía a un teléfono gris (o tal vez este sostenía a la tabla) y marcó el número internacional, lo invadía una ansiedad paralizadora. A cinco mil kilómetros levantó el tubo el colombiano con un tono alegre en la voz al escuchar a Mario (según palabras del mismo escritor). Durante media hora la charla fue un resumen del tiempo que habían pasado sin hablar; luego, Carlos le contó que estaba por publicar un nuevo libro, mientras intentaba contarle sobre el mismo, Mario juntó fuerzas y le hizo la pregunta:

- Discúlpeme, Carlos, que lo interrumpa, pero debo preguntarle algo. – sonaba un poco nervioso
- No hay problema amigo, dígame.
- Es algo que desde hace tiempo no me permite descansar tranquilo
- ¿Qué le pasa? ¿Qué es tan grave? – con preocupación en la voz pisó el escritor las palabras del canillita.
- Es respecto a su libro, el que me llevó a llamarlo por primera vez, más precisamente un pasaje del mismo.
- No entiendo de qué me está hablando
- Déjeme terminar. – Mario repitió la frase del libro y luego le leyó su lectura.
- Ahora recuerdo sí esa parte del libro, cuando el niño se encuentra en la calle con un viejo mendigo.
- Necesito saber si usted también encontró el mensaje en el libro “El hombre y el problema de ser”
- ¿De qué mensaje me habla?
- El mensaje oculto – y leyó el mensaje

"los secretos del universo, se encuentran en una palabra"

- Mmm, leí el libro, pero me pareció un libro poco interesante.
- Amigo mío, ¿la frase? La pudo descubrir y eso lo llevo a escribir el libro que yo leí suyo, por eso investigó sobre los misterios.
- Mire Mario, yo perdí mucho tiempo investigando, como usted dice, para ese libro y nunca pude llegar a nada, pasé más de la mitad de mi vida pensando en esa palabra, debido a que muchas veces me pregunté por cosas misteriosas que pasaban en el mundo.
- Pero entonces, solo se desahogo escribiendo el libro. O tal vez, ¿pensó que haciendo eso encontraría lo que buscaba? Y ocultó un mensaje para saber si no estaba loco, si alguien más lo encontraba era porque también tenía su interés.
- Está en lo cierto en todo, y veo que usted esta exactamente en el lugar que yo estaba, pero hágame caso no vale la pena que eso lo paralice. Siga adelante con su vida, no existe tal palabra.
- Estoy seguro que voy a encontrar esa palabra, no voy a parar ahora. – ya en un estado muy nervioso y con una voz temblorosa le dijo Mario.
- Usted está loco, haga lo que quiera, pero no me vuelva a llamar, yo ya le advertí. Siento que nuestra amistad se vea truncada por este suceso, pero yo no soy quien para prohibirle su búsqueda y tampoco quiero involucrarme en lo que le pase. Adiós querido amigo, cuidese. – Y Carlos cortó el teléfono.

Colgó el tubo y agacho la cabeza, así cabizbajo salió del locutorio dejando en el mostrador el dinero de la llamada y sin saludar. Se sentía defraudado por el escritor y por él mismo, llegó a su casa y se recostó vestido sobre la cama, mirando el techo tomó los dos libros y los releyó hasta quedarse dormido. Al día siguiente no abrió el quiosco, recorrió librerías y bibliotecas buscando más información sobre el tema. En la Biblioteca Nacional, mientras leía unos textos de Jorge Luis Borges sobre laberintos y espejos, se le acercó una joven y le preguntó si le gustaba “El Maestro Borges”, Mario levanto la vista y la vio, asintió con la cabeza porque no pudo decir palabra alguna ante la belleza de Maga, así se presentó, la invitó a tomar asiento y partiendo desde este autor argentino la charla fue circulando por todos los laberinto que este pudiese haber inventado.

- Así que Maga, ¿Cómo La Maga de Cortazar?
- Podría ser, o como una Maga que realiza misterios – le sonrió mientras sus labios finos y marcados dejaban salir las palabras.

En ese instante Mario bajó la cabeza mientras la ladeaba con una risa entre dientes y se repetía a sí mismo “es increíble, tan simple, como increíble”, la invitó a cenar, guardo los libros, tomó su morral y salieron a Agüero, una lluvia fría comenzó a caer. Ella sacó un pequeño paraguas y le dijo que se acercara para que no se mojase y el saco su saco y se lo puso sobre los hombros al descubierto de ella y automáticamente al caer las manos se entrecruzaron los dedos.

- ¿Qué sucede?- pregunto La Maga, su Maga.
- Nada, descubrí una palabra nueva e importante hoy
- ¿Sí? ¿cuál?
- Estuve años buscando una palabra secreta que al conocerla revelara los misterios del universo, y hoy me di cuenta que la palabra no es un nombre de Dios como algunos creen.
- ¿No?
- No, es un nombre de mujer y no es un nombre único, es decir es único para el que lo encuentra pero no hay un solo nombre sino que hay un solo nombre para un solo hombre. Y también es cierto lo que decía un amigo escritor en un libro uno paga el conocimiento con dejar la vida terrenal porque uno empieza a vivir más allá de esta tierra, este suelo, esta realidad tan rígida, vive conectado por algo no visible.
- No te entiendo nada de lo que decís – ella se reía a carcajadas.
- No hay nada que entender, hay que seguir camino que siempre se encuentra la palabra, la misma que hoy se cruzó conmigo y que hizo que el misterio de la lluvia repentina en la calle tenga una explicación.
- ¿Cuál?
- Primero mi búsqueda me llevó a la biblioteca no por casualidad, ahí apareciste porque yo había tomado unos libros de Borges, eso hizo que me hablaras. Luego con la lluvia; salimos y se largó, vos sacaste un paraguas, te agarró frió, yo te di mi saco y eso llevó a que nos tomemos las manos y nos besemos. – soltó la mano de Maga y se dio vuelta para mirarla.
- Pero si no nos besamos – cuando terminó de decir eso los labios de ella eran cuatro.

Llegaron a un restaurante, cenaron, bebieron algo y quedaron en verse en el puesto de diarios al día siguiente. Cuando el poeta Aranguren pasó por el quiosco Mario estaba felizmente sentado leyendo Rayuela, lo miró y le dijo “en este libro siempre estuvo la palabra, pero nunca lo hubiese visto sin pasar por todo lo que pase”, el poeta sonrió prendió un cigarrillo “siempre te dije que leas a Cortazar”.


Gaston Pigliapochi
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miércoles, 13 de enero de 2010

Dragón


(foto tomada hace unos años en un cumpleaños mio en el patio de mi casa)

Y Asomó su cabeza verde, sus ojos saltones desorbitados, expeliendo humo por su enorme boca, un animal asi no debería de existir, supuse. Me miró fijo y me dijo "ya está hecho", mi noción de tiempo y espacio desaparecieron en ese instante, mis recuerdos ya no eran más míos ni siquiera eran recuerdos, no estaban más; entendí que esto era borron y cuenta nueva. El animal sonrió y despegó con sus dos pequeñas alas que parecían que no podrian levantar ese cuerpo, pero lo hicieron; nunca más volví a verlo, lo único que sé es que ya no era más yo, era otro.
Una nueva vida comenzaba.