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lunes, 28 de junio de 2010

Disertación Costumbrística



Costumbre: (Del lat. *cosuetumen, por consuetūdo, -ĭnis). 1. f. Hábito, modo habitual de obrar o proceder establecido por tradición o por la repetición de los mismos actos y que puede llegar a adquirir fuerza de precepto. 2. f. pl. Conjunto de cualidades o inclinaciones y usos que forman el carácter distintivo de una nación o persona.

Cuando surgió la idea de escribir acerca de La Costumbre, no sabía bien cómo encarar el tema. Me pareció interesante poner en el comienzo del texto dos de las acepciones que la Real Academia Española de letras tiene para esta palabra. Al empezar con esta disertación, recordé una frase típica de mi abuela (seguramente de la de más de uno) cuando algo no nos gustaba para comer: "ustedes están mal acostumbrados"; era cierto a medias, no es que estuviésemos mal acostrumbrados, sino que teníamos una costumbre diferente a la de ella. Ahora bien, es evidente que la costumbre tiene un factor netamente cultural, que depende de la época y da la situación del entorno. Sin ir más lejos, yo de chico tenía la costumbre de jugar a la pelota o a la paleta en la calle con mis amigos, hoy, veinte años después, no solo no juego en la calle, sino que me da miedo esta: me atormentan la cantidad de autos, los ruidos y la locura de la gente. También teníamos la costumbre de compartir, de reunirnos con los abuelos, primos, tíos; hoy parece que las reuniones no son tan importantes. La Era Moderna cambió nuestras costumbres, tal vez nunca fueron nuestras, sino de un sistema que las imponía silenciosamente y es este sistema el que hoy ha llegado a convertirnos en esclavos de eso que quiere llamar ‘costumbre’ y la ha completado con el consumo; la televisión nos aprisiona, los medios nos venden qué es de buena costumbre y qué no lo es, la familia fue suplantada por la individualidad de los hijos, los hijos son capaces de hacer lo que quieran y de no darle explicaciones a sus padres. Tenemos la costumbre de usar un teléfono encima todo el tiempo, para que (como si antes la gente se muriera) nos ubiquen o nos llamen para ofrecernos descuentos en las tarifas que las mismas empresas de celulares manejan. Recuerdo en este momento que tenía la inocente costumbre de sentarme en la vereda, con el sol de la primavera, a tomar una gaseosa o simplemente de mirar a la vecina (de la cual estaba profundamente enamorado) que hacía lo mismo, pero enfrentada a mí, separándonos solamente la calle. Con el tiempo tomé el hábito (primo hermano de la costumbre) de fumar, acá aparecen los medios nuevamente: nos vendieron durante años que los hombres y los ganadores conseguían las cosas por fumar un cigarrillo, lo que no nos contaron es que una vez que entrabamos en esa costumbre era muy difícil salir. Otra cosa que con el tiempo hice fue comenzar a trabajar: armé una rutina (hermana de la costumbre) entre el trabajo, el estudio, comer, dormir y con suerte, si quedaba algo de tiempo, alguna distracción. Esta rutina es la costumbre más grande que tenemos y la que conservaremos hasta el fin de nuestros días. Este párrafo, una vez releído, me lleva a la idea de que las costumbres de adultos son funcionales al capitalismo, ya que eliminan toda otra que poseíamos de niño. Nos acostumbramos, de esta manera, a trabajar y a estudiar, y a no tener tiempo para disfrutar de las cosas pequeñas de la vida, creyendo que juntando para mañana podremos un día parar y sentarnos a gozar, pero la realidad es que cuando ese momento llega ya no tenemos la fuerza para gozar nada; nos acostumbramos a la gente en la calle y todos decimos ‘siempre hubo pobres’, pero la idea sería que no los haya más, supongo; también nos acostumbramos a los desamores, sabiendo que no nos morimos cuando nos dejan y volvemos a buscar un nuevo romance; nos acostumbramos a las pérdidas, a vivir con las ausencias, porque no olvidamos, sino que recordamos y llenamos los espacios vacios de aquellos seres que extrañamos con estos recuerdos. Hay una costumbre que, por los menos yo, espero no perder: la costumbre de emocionarme y asombrarme con los niños que tienen esa pureza en las respuestas y esa ausencia de hipocresía; con el amor que cada día hace que esa rutina descrita más arriba sea soportable; con la música que me apasiona y me transporta en mis momentos de goce; con los libros que tanto quiero que me llevan a intentar ser un buen escritor; con los amigos que me enseñan todo el tiempo que todo lo que hagamos no tiene sentido si no lo podemos compartir con esas personas que, particularmente, admiro en sus diferentes quehaceres. Por suerte, todavía tengo la costumbre de escribir lo que brota de mi pecho.

Gaston Pigliapochi
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sábado, 5 de junio de 2010

Dragones

Si volvieran los Dragones (Sabina-Paez, del disco Enemigos Íntimos)


Habitaban en lo alto de las colinas, en manadas, se alimentaban de frutos como las frutillas salvajes y la guindilla así como también de carne, carneros y cebúes. Elegían la altura para vivir, porque de esta manera podían arrojarse y planear, ya que sus vuelos no eran muy altos. Sus colores verde esmeralda en las escamas y anaranjado en el pecho los hacían vistosos en los zigzagueos que hacían en el aire. Se habló muchas veces de sus tamaños haciéndolos monstruosos, la realidad es que estos animales median dos metros de largo y de punta a punta de alas median tres metros, sus colas eran relativamente cortas. Debido al lugar donde vivían fueron perseguidos por el hombre en la edad media, ese lugar en las alturas era el ideal para asentar los centros de las comarcasm por su posición estratégica para la defensa ante los ataques de otros reinados.

En lo alto se podía ver, en las noches, los fulgores de las llamas y el humo expelidos por estas increibles criaturas. Tal vez también este haya sido uno de los motivos por los que el hombre los atacó, envidia quizás por tener eso tan preciado como el fuego, de manera natural.

Al comenzar la conquista de esas tierras altas, el hombre inventó historias sobre la cacería que hacían los dragones; que bajaban de lo alto en vuelos rasantes y se llevaban niños y animales; esto sirvió para que en el momento de ir en la búsqueda de los pobres animales, no solo fueran caballeros sino también cualquier persona que se alistara por miedo a que se coman a sus hijos. La Iglesia fue participe de esas matanzas debido a la promesas hechas por los reyes de tierras también en lo alto cerca de Dios, así fue como la lucha era bendecida por la acción divina. Los que participaban de las luchas se llevaban como trofeo cabezas, colas y garras de los dragones caídos.

Luego de varios años de luchas y de algunas conquistas, los reyes o mejor dicho sus asesores se dieron cuenta de que estas bestias infernales (así los habían bautizado los sacerdotes) podrían servir como esclavas, para carga y hasta para batallas. Comenzaron a cazarlas y ponerles grilletes, lograron domesticarlas. Los animales adultos eran utilizados para las guerras y las crías eran vendidas para servir en las casas de los nobles, también se cobraba un impuesto por tener un dragón, de esta forma para el reinado era un muy buen negocio. Se descubrió que los dragones entendían el lenguaje y que entre ellos también tenían una forma de comunicación. Se les prohibió el uso de fuego en las casas y así mismo el expeler humo, esto causaba mucho miedo a invitados; también les fue prohibido abrir las alas en lugares públicos y el levantar las escamas, se les obligó a caminar erguido.

Durante muchísimos años fueron utilizados para llevar cosas de una comarca a otra y a sobrevolar en las luchas y arrojar fuego, pero con el paso del tiempo las nuevas generaciones de dragones ya no sabían iniciar fuego, y les era normal su vida de esclavitud. Un dragón de los más viejos una noche soñó con sus antepasados, con el humo saliendo de sus bocas y sin quererlo inició un pequeño incendio que rápidamente apagó, comunicó esto a otros dragones.

Un plebeyo que habitaba en lo más alejado de la comarca que los alimentaba de tanto en tanto y los trataba con delicadeza, amigablemente, ayudó a los animales a recobrar sus instintos, su naturaleza. En poco tiempo los dragones andaban arrojando fuego y humo por los caminos. Esto a las autoridades les preocupó y los mando a encarcelar en calabozos subterráneos, pero los dueños de estos se quejaban por el pago de impuestos por un dragón encarcelado. El joven plebeyo se acerco hasta el reino montado en un dragón y le gritó al rey que él sabía cómo ayudar, el rey lo escucho y a la noche emitió un edicto por el cual los dragones podrían usar su fuego y humo en sus casas, pero no en las calles ni en los centros urbanos, si esto pasaba irían presos nuevamente.

De esta manera los dragones recuperaron algo de sus instintos y los hombres al ver que los dragones entendían el mandato y que tratándolos bien eran amigables, comenzaron a convivir de manera más humanas y de esta forma pudieron disfrutar de sus colores y de los malabares con el fuego. Lamentablemente esto fue tarde los dragones al haber estado tanto tiempo presionados para no expeler fuego y estas últimas generaciones traían un problema genético y comenzaron a morir, el hombre lamentó no haber intentado convivir antes con ellos y haberles permitido con anterioridad el crear humo y fuego. Lamentaron no poder volver a ver esos vuelos y esos colores hermosos que hacían figuras verdes y anaranjadas en el cielo y los fulgores de las llamas de vida que los dragones hacían en las noches.

Gaston Pigliapochi
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