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jueves, 19 de junio de 2014

Arte III

Comienza a desarmar la cama para acostarse, todos sus movimientos son suaves, toma una decisión, baja los pantalones de su pijama: se deja los soquetes, se sienta al borde del colchón. Levanta una pierna y se mira en el espejo ( que a su vez es puerta de armario) se sonríe, se siente sensual. Se estira la remera y hasta atrapar a su rodilla, se levanta, se pone en puntas de pie da un giro, el amor que despide y el erotismo de su piel ( la que siente aterciopelarse en sus propios dedos) la envuelven, se enamora al verse nuevamente en el espejo; se enamora de ella, nuevamente siente atracción por si, pero va más allá de esa hermosa forma de mujer en un vidrio; se enamora de si, de su sentimientos, de su liberación a las ropas, dejando caer la remera al suelo, también deja caer su culote rosa, a juego con los soquetes; mira la rotríng en el borde del escritorio y los acrílicos en la otra punta del mismo. Corre en medias, y comienza a dibujar las sábanas, ahora las paredes; cada vez más liberada, pone música, baila al ritmo. Dibuja flores (complejas y hermosas flores), ve revistas en un revistero viejo, las recorta, mientra pega siluetas besa su on la remera que le tapa parte de la estilográfica y la muerde, pasa su lengua dentro de su boca por la tapa que muerde y la siente en sus labios, se erotiza más, se vuelve a ver esta vez sin verse en el espejo, pero siente que se ve desde afuera, ve a la mujer que es artista, profesional, madre y que en todo pone pasión y sentimiento, desde ahí se enamora nuevamente, otra vez y los dibujos son más complejos y pinta con acrílico en poco tiempo tendrá un mural terminado, que reflejará lo que ella vio, cuando se vió. Y el resto verá lo que ella pudo ver y el arte una vez más atacará.


Gastón Pigliapochi

miércoles, 11 de junio de 2014

Arte II

La mano que dibuja, la cabeza que teje historias, el corazón que desborda amor.
Escribe suelta de prejuicios, suelta su alma al camino que transitan sus ojos en un monitor. Mueve la boca, hace una mueca, se ríe y baja la cabeza; algo le paso por la mente, algo que solo ella entiende. Teclea e imagina el dibujo que luego hará.
Le duele la mano de tanto apretar el lápiz; se masajea, se mima, la princesa en el castillo derrumbado no tiene quien la mime o tal vez tenga muchos y ella no los vea.
Desahoga su muda voz y grita, grita al mundo que ella ama, aunque el mundo no merezca su amor.

Gastón Pigliapochi