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martes, 29 de mayo de 2007

MOLESTO

28-05-2007

Me molestan los que me apuran para caminar y los que caminan lento delante mío, me molestan los que esperan ansiosos mi asiento y los que no se lo ofrecen a alguna embarazada, me molesta el miedo del cobarde pero también la valentía del amante, me molesta la lluvia en verano y el sol en otoño, me molesta el maltrato de los poderosos y el paro de los que reclaman, me molesta el frió en los dedos pero también el calor en el cuerpo, me molesta la falta de respeto y el abuso del respetado, me molesta la literatura barata pero mas molesta el intelecto del que se cree superior, me molesta la hipocresía y la falsa modestia, me molesta la mentira de la verdad y la verdad de la mentira, me molesta el autoritarismo y también el pacifismo, me molestan los gringos pero también los rusos, me molesta tu recuerdo y tu ausencia, me molestan las fotos viejas y la vida nueva.
Sobre todas las cosas me molesta estar tan molesto.

Gaston Pigliapochi
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El Vendedor De Sueños

Cada mañana el vendedor de sueños se paraba en la esquina con su carrito estrafalario, la gente se acercaba y le compraba un sueño o una pesadilla, era el caso de Luis que acompañado de su padre todas las tardes llegaba a la esquina y hacía la correspondiente cola con su billete en la mano y con la expectativa a flor de piel.

Durante años compró sueños al vendedor, siempre distintos de vez en cuando compraba alguna pesadilla para saber del temor y hacerse valiente, a medida que fue creciendo fue empezando a descreer en el vendedor.

Cuando cumplió 24 años se acercó una tarde de otoño al vendedor y le dijo:

-Usted es un fraude, usted no vende sueños, vende falsas esperanzas vende ilusiones.

-¿Y Que son los sueños? – Le respondió el viejo.

Luis había llegado a la conclusión luego de años de análisis que en realidad el vendedor no vendía el sueño, sino que, uno compraba su propio deseo, es decir si uno deseaba soñar algo bonito, de hecho lo soñaba esa misma noche, así y todo Luis nunca dejó de comprarle sueños.

El viejo vendedor se sintió ofendido y le dijo

-Si es lo que crees, correcto, no te voy a vender más un sueño.

Y así fue, Luis nunca más compro un sueño, el vendedor nunca más se paró en su esquina, y Luis nunca más volvió a tener pesadillas ni sueños bonitos, durante años intento encontrar al viejo y paró a cuanto anciano se le parecía en cada esquina que recorría.

Hasta el día de hoy Luis no dio con el vendedor y llego a una nueva conclusión su último sueño fue que el vendedor no existiera y pagó por este último sueño, asi es que para él este viejo no existe y nunca mas pudo volver atrás la situación y hoy es un hombre triste y desesperado en busca de sus sueños.



Gaston Pigliapochi
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viernes, 25 de mayo de 2007

PAQUITA "LA PARCA" 1

29-03-2007

La habían bautizado (irónico) “Paquita”, desde chica la iniciaron en la labor de llevar almas, no importaba donde, de eso se ocuparían otros, ella solo tenía que conseguir las ánimas. Nació como escupida del otro lado, sin tiempo para preguntarse ni de discutir los hechos, en su deber no existía un por qué ni una razón, en diferentes partes y épocas se la conoció de distinta manera, pero en su barrio en su lugar la conocían por “Paquita”, flaca desgarbada y petisa, de todas era la mas inadaptada, pensaba demasiado, decían, ponía todo en tela de juicio, esto a los jefes no le gustaba mucho.

La mandaron a la tierra, le dieron un pueblo del sur: en su primer misión mientras caminaba por Barrancas de Belgrano se cruzó con el poeta Alberto Aranguren, estaba sentado en el cordón de la vereda esperando el 114 rumbo a lugano, se le puso al lado y lo miró, el joven literato le devolvió la mirada, Paquita se sorprendió, supuestamente nadie puede verla, la impresionó más que este sujeto no se asustaba, así que le arremetió:

- Soy Paquita “la parca”, la muerte – le dijo con voz tenebrosa, tan tenebrosa como podía ser su voz.

- Sé quien sos – indiferente, mirando al suelo, y jugando con las monedas

- ¿No tenés miedo?

- Miedo a qué

- A mi

- No, fijate, no estoy en tu lista seguro.

Desenredó un papiro y buscó con su dedo largo y huesudo.

- Es verdad, pero no estás ni ahora ni después ni antes, no entiendo

- Yo cargo con eso señora ¿para qué me va a llevar? ¿A dónde me va a llevar? Este es mi cielo y mi infierno, por momentos fui y soy tan feliz y por otros estuve y estoy sumido en un dolor tormentoso.

- Me dice que está muerto en vida, pero ocupa un lugar en la tierra

- No creo que nadie lo quiera, se lo aseguro

- Bueno amigo, lo dejo con su pena, y veré que me dicen arriba o abajo

- Sepa algo Paquita, los poetas estamos todos iguales, cruzamos de un patio a otro. Pero no se desespere, estamos en extinción, cada vez somos menos. Ah y me olvidaba digale al barbudo y al siniestro que tal vez al descreer en ellos quedamos sumisos en este limbo terrenal.

- Bueno se lo diré, y lamento que esté así, me voy a buscar otra alma, tengo que llevarme una, no puedo bajar mi cuota diaria y por favor vuelva a creer sino será un caos.

- Le hago una pregunta, ¿no tiene cinco centavos? Que me faltan para el bondi

- No, pero ya se lo consigo.

Paquita se levantó y cruzó la acera, se acercó a un vigilante, lo tocó y este cayó redondo de un ataque cardiaco. La muerte se volvió hacia Alberto con el alma del vigilante que no entendía nada, le dio los cinco centavos y se despidió. El poeta le preguntó si no cambiaba las cosas el vigilante muerto.

-No, este pobre diablo moriría la semana que viene en un tiroteo.

-Adios Alberto y suerte

-Adios Paquita que tenga un buen día laboral.

Gaston Pigliapochi
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BICHO

22-05-2007

Un agujero y allá, allá en el fondo, un bicho que gira y da vueltas; trata de subir por paredes que no son paredes sino pisos que son techos. Torbellino de aire calido que mueve tus antenas, y tus alas rotas, te patinas y quedas boca arriba (estupefacto o estupidizado) mirando otro agujero, brillante cegador, un agujero que para vos es el único, pero que esta arriba o abajo, un agujero cambiante que se oscurece de golpe, que cambia de color, un agujero inalcanzable tan alto o bajo como para no llegar nunca, vos bicho pequeño yo Dios grande, qué cambia entre nuestras posiciones, qué hace que todo sea distinto y lo mismo a la vez.

Pierdo el tiempo mirándote girar alrededor de los bordes, cambiando la velocidad y la dirección de tu recorrido por medio de golpes brutales contra esa pared azul, azul para mí, para vos no sé si tiene color.

Tal vez mi naturaleza sea mas cruel que la que te brinde (tal vez solo tal vez) pero, sin embargo, te estiro una vara de madera para que tengas esperanzas y sigas con vida, te trepas si vieras como te trepas estarías orgulloso de vos mismo, pero giro la vara velozmente para que vuelvas a caer en ese fondo de un agujero, agujero para mi, todo para vos, y ahora otra vez a correr por los bordes, con mas fuerza que antes, viendo si girando para ese lado vuelve la vara con esa esperanza idiota que caracteriza a todos los seres.


Gaston Pigliapochi
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sábado, 5 de mayo de 2007

SUEÑO

04-05-2007

Se despertó en medio de la noche, afuera los gigantes eructaban, mientras sacaban fotos con flash y lloraban. Apoyó su espalda en el respaldar de la gran cama, llevó sus rodillas al pecho y las envolvió con ambos brazos, colocó su cara en el hueco que se formaba, posición fetal vertical, con los ojos cerrados se le vino toda la vida encima.

Los patios de la infancia, los partidos de tute y truco, el domingo de pastas o asado y vino; miró de reojo a Isabel, tan blanca confundiendo su rostro con la almohada y su pelo tan rojo formando un mar de sangre un abanico de fuego. El silencio de a ratos lo llevaba a olvidar el sueño que lo hizo abandonar el descanso, pero otro estruendo lo volvía a meter en su mundo pasado para no pensar en la tormenta. Mario pensaba en, cuándo cruzó la línea, cuándo se convirtió en lo que no quería ser; “La Colorada” no se enteraba de lo que pasaba a su lado, suspiraba entre sueños.

Siempre fue un hombre reflexivo, y últimamente estaba estancado y esto lo hacía lo hacia pensar en esa vida libre, donde no había horarios y donde los sábados jugaba a la pelota, la tapia de los Alonsos, donde él y Luisito charlaban uno a cada lado.

Volvió a mirar la cara angelical, y a su vez siniestra, de Isabel, corrió un mechón de pelo del ojo de ella, quien inclino la cabeza y apretó la mano de Mario entre el mentón y el hombro, como el regocijo de un felino, solo le faltaba ronronear. Ella lo había ayudado mucho, cuando la conoció estaba muy deprimido y fue su cable a tierra, su amuleto para la felicidad (a mi en el poco tiempo que conocí a Isabel me pareció una muy buena mujer); pero con el tiempo la vida se hizo cotidiana, los besos cada vez eran menos dulces y mas bien de habito, la rutina se fue apoderando de él.

-Las pequeñas cosas – Se decía a si mismo mientras se tomaba la cabeza tapándose la cara con ambas manos. Recordaba las palabras que alguna vez yo le había dicho.

Lo recuerdo como hoy, estábamos en el patio del instituto, luego de haber tocado unos valsecitos para un publico reducido, charlábamos de la vida en general, él sostenía que la rutina era mala que arruinaba todo, que todo lo hacia frió y sin sorpresas, yo entretanto trataba de hacerle entender que lo hermoso estaba “en las pequeñas cosas”, esas que hacen que nos olvidemos de la rutina; él no me escuchaba nunca lo hizo, y me exponía su idea del miedo a la muerte “le tememos a la muerte porque no queremos irnos, porque acá hay cosas que no queremos dejar, cuando perdemos ese miedo es porque ya nada nos importa, porque no hay nada mas que hacer, ¿me entendés Alberto?, nunca perdamos el miedo”.

De hecho Mario había perdido el miedo hacia tiempo, y relojeaba nuevamente a Isabel, y la odiaba, la odiaba en silencio y la amaba. En los vidrios del ventanal se veía multiplicado en todas las gotas de lluvia, muchos él, mucho silencioso dolor. En que momento Medusa lo convirtió en piedra -pensó-, se sentía simplemente una estatua, Isabel fue su guía, la persona que lo contuvo en los peores momentos, ese era el problema, él seguía los pasos de la mujer y todo pasaba por ella, toda decisión, toda discusión; Mario deseaba sacarse ese grillete, volver al libre pensamiento, a la no rutina, a los amigos, al bar del Gallego para comer la picada del viernes y tomarse unos vinos con nosotros (que ya no éramos nosotros).

Necesitaba tomar agua, se levanto, fue a la cocina, miró las cortinas de la ventana que daba al parque, justo sobre la pileta, eso colores no elegidos por el, la abrió y en plena oscuridad pudo apreciar la silueta del ciruelo, un refulgir blanco y cegador se lo hizo ver con toda la claridad -no quería cortarlo, amaba a ese árbol, sin embargo Isabel lo odiaba, decía que se llenaba de bichos y le pidió a Mario que lo sacara- lleno el vaso y volvió a la cama a su posición segura y tranquila.

Eran las cuatro y media o cinco de la madrugada, una impaciencia e inconformidad se apoderó de él, miró por última vez el mar rojo sobre la almohada de Isabel, su tez tan blanca y delicada.

-No tenía miedo a la muerte, ya no me importaba, no quedaba otra salida – Me dijo aquella mañana, luego de contarme todos los hechos, en el patio cubierto del penal, donde se recibían las visitas.

Habían pasado muchos años, ya no éramos los pibes que le decían algo a alguna señorita que pasara por la vereda, lo noté triste pero seguro de sí mismo. No negaba lo que había hecho, yo aun no lo podía creer, estaba ahí en ese lugar sin prejuicios sociales (ahí todos iguales), me dio detalle de todo lo que pasó esa noche, todo lo que pasó por su mente y la necesidad de ser Perseo para librar su alma y su mente.

-Hoy vuelvo a vivir, me decía, tengo un objetivo, y vuelvo a temerle a la muerte, tengo motivos que no puedo abandonar y por sobre todo, aprendí a disfrutar las pequeñas cosas, acá la rutina es muy grande, pero siempre es distinta y siempre hay algo chiquito. Tenía que hacerlo, era la única manera, de tener un recuerdo grato más sumado a los otros, donde estas vos, Luisito y el Negro.

No pude discutir con él, no tuve el valor de decirle que hay otras maneras de salir, que no se puede vivir con el pasado a cuesta y que si el presente nos esta lastimando debemos buscar la forma de cambiarlo, pero no para peor, que es lo yo sentía que estaba haciendo Mario.

A la semana de mi visita al penal, me llegó una notificación, Mario se había suicidado, no me extrañó, volví a recorrer en mi mente aquellos días amarillos de sol, de vereda y chocolatada, puse la nota de su muerte junto al periódico que contenía la noticia y las fotos del asesinato de Isabel Ramirez y de su asesino (ella tan ella, tan blanca sobre un manto rojo, mezcla de su pelo y la sangre que brotaba de la herida de su cuello); guardé todo en el cajón del estudio, me fui a mi cuarto abracé a mi mujer y nos dormimos, como cada noche, para empezar la nueva rutina de mañana.

Gastón Pigliapochi
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BOLSITA VERDE

19-04-2007

La joven se acercó a una de las mesas, tomó asiento y pidió un café, o al menos es lo que pude interpretar por el gesto que le hizo a uno de los mozos. Apoyó sobre la tabla dos bolsas, una verde y otra roja; nos separaba un mar de sillas, mesas y sobre todo de gente que iba y venia, por un instante sentí que me miraba, bajé la cabeza y volví a mi papel, mi cigarrillo se consumía en su soledad al igual que lo hacía yo, cuando lo creí conveniente regresé mi vista para seguir escrutando a la joven desde la distancia.

Estaba inquieta, parecía nerviosa, movía la mano dando pequeños golpecitos al costado del asiento, con la misma impaciencia prendió un cigarrillo, se le acercó un mozo (no era el mismo que había tomado su pedido) y le sugirió que se pasara al sector fumadores (yo era un testigo visual y no auditivo) la muchacha se fue hacia otra silla que estaba aproximadamente un metro de la primera –pensé en lo absurdo de la situación, imaginé al humo, respetuoso, no cruzando al otro lado como si leyese el cartel de prohibido fumar- pité mi cigarrillo como en apoyo a la joven quien le decía un insulto al camarero, esto lo leí claramente en sus labios.

Revise mis apuntes hasta el momento (estos apuntes, en este momento, este ahora) corregí palabras de las primeras líneas, tal vez mas adelante corrija algunas de ésta; traté de separar a la muchacha (de ahora en mas será llamada Ana) de mí, de ella tan ella y de los demás tan nada, no pude hacerlo, es mas me sentía cada vez mas atrapado en sus ojos, en lo marrón de ellos, en lo profundo de su mirada que hacían sentir pequeño a cualquiera. De esos ojos, lejanos para mí, comenzaron a brotar lágrimas, esas gotas de mar recorrían sus mejillas contorneándolas con un brillo angelical, para llegar al fin hasta las comisuras de su boca donde se juntaban formando un océano que se adentraban por sus labios.

Las lágrimas se hicieron llanto mudo, pero cada tanto dejaba ver una sonrisa entre dientes y Ana limpiaba en ese instante, con la manga de su saco marrón, su nariz y sus ojos, era extraño, ciclotimia, del llanto a la risa y de la risa al llanto, esto sucedía cuando miraba dentro de las bolsas, con la roja lloraba y con la verde se limpiaba con su saquito.

Las bolsitas eran de tela, pana, pensé, -nunca fui un experto en telas-, no eran de gran tamaño, los colores se veían gastados sobre todo el verde que alguna vez debió ser mas vivo. Supuse que en ellas la joven guardaba su vida, en la roja me imagine su pasado, los recuerdo, la niñez, los amores perdidos, los sueños rotos; en la verde, el porvenir, el futuro, los anhelos, los amores que todavía no eran. Por esto lloraba al ver dentro de la roja, al ver lo que perdió, pero sonreía al ver en la verde, porque sabia que siempre algo bueno viene.

Me anime a acercarme a ella, me levanté fui hasta su mesa, afuera las hormigas bípedos corrían como buscando su alimento, comenzaba a llover, le toque el hombro a la niña y le ofrecí un pañuelo de papel, le pregunté porque lloraba, me respondió alguna banalidad como excusa, la mire a los ojos húmedos y le dije que entendía, que me pasaba lo mismo, que uno sufre al ver el pasado y que el futuro le parece lejano, le mostré una bolsita mia azul.

-Antes guardaba las cosas en diferentes bolsas, hoy me di cuenta que todo es una, que ese futuro esta ligado a ese pasado, bueno malo, no lo sé, pero pasado al fin y la única forma de vivir un presente coherente y feliz, es mejor tener las dos cosas en la misma bolsa.

Ana me miró, fijo su mirada en mis ojos y me dijo “gracias”, le sugerí guardar todo en la bolsa verde, como idea cursi de la esperanza. Tomamos unos cafés juntos y luego salimos a la calle, el mundo estaba mas tranquilo al igual que ella, no había mucha gente por la avenida Rivadavia, cada uno tomo rumbos distintos, nunca mas supe algo de ella.


Gastón Pigliapochi
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miércoles, 2 de mayo de 2007

02-05-2007

He caminado por rutas,

que jamas llevan de regreso.

Mirando a la noche eterna,

entre tantos viejos reflejos.

He cantado plegarias,

para el niño despierto.

Que se muere en una cama,

y no entiende nada de esto.

He doblado en la esquina,

donde todo se vende dos pesos.

Estoy viajando a la nada,

y todavía me quedan algunos besos.