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martes, 7 de diciembre de 2010

El viaje o la ilusión (cuento)

El sol ardiente y perpendicular a la tierra rajaba el suelo, el pueblo había quedado atrás hacía varias lunas; cuánto recorrió, no tenía idea, cuánto faltaba menos.

Por su mente lo único que aparecía era la promesa a sus hermanos y a su madre, la misma promesa que, ya casi sin agua y con poca comida, lo mantenía vivo.

Martincito buscaba con los ojos desorbitados, en medio de la nada absoluta, un arroyo, un río o algún hilo que haya quedado de lluvia; para poder refrescarse los pies enllagados, la frente hirviendo y su sed que le partía los labios. Lamentablemente para él y su suerte en esta zona abunda la sequía en esta época del año. Hizo noche bajo un árbol, sacó de su morral una manta y alguna frazada, las diferencias de temperatura, entre la mañana y las horas de las lechuzas, es muy grande. Apoyó su espalda contra el tronco ancho y cruzó sus piernas, se tapo hasta la mitad del cuerpo, comió un poco de la carne seca que le quedaba y bebió las últimas gotas de agua.

Se recuesta boca arriba y seca las lágrimas que en su silencio envuelven el dolor corporal y su angustia; observa el cielo, no recuerda cuando fue la última vez que vio tantas estrellas, allá en el rancho no hay tiempo para mirar las luminarias de Dios. Los astros forman figuras y en ellas Martín reconoce a su madre y a los sátrapas de sus hermanos. Está sólo, no los grillos lo acompañan, en estos momentos es él, el árbol y su imaginación.

Sabe que no debe detenerse mucho tiempo, que con las primeras luces del alba deberá emprender camino nuevamente, pero eso no importa ahora, lo importante es descansar y tratar de vendarse las heridas producidas por las botas, untándose un poco del mejunje que le dio Doña María, el día que partió.

Las cosas en el campo no andaban bien, la cosecha estaba complicada, la muerte reciente de su padre lo había dejado a cargo de la casa, él con apenas 16 años debía trabajar desde que los gallos cantaban hasta que la luna reemplazaba al sol en su tarea de vigía, en el tiempo libre de cada día iba a la escuela que se levantaba improvisadamente a unos kilómetros de su casa a la cual también asistían sus hermanos menores, salvo Ana que tenia 5 años y se quedaba con su madre.

En la escuela leía las noticias de Buenos Aires y sus compañeros decían que la vida en la ciudad era más fácil, él soñaba con irse a estudiar para ser médico y así enfrentar a la muerte, de la que no pudo salvar a su padre.

Le contó su idea a su madre y a los hermanos, en un principio no fue aceptada, era una locura irse, hay que esperar todo se va a arreglar le decía su mamá, a los hermanos les parecía arriesgado, pero lo apoyaban.

- Quédese tranquila, no lo haría sino estuviese seguro de lograrlo – le acarició la mejilla y le secó una lágrima (tal vez la última que le quedaba desde la muerte de su marido).

- Está bien m´hijo , si usted cree que es lo mejor, hágalo, yo rezaré por que todo salga bien – le tomó la mano y la beso - Cuídese, por favor.

Pasaban los días y la idea le martillaba cada vez más la cabeza, esa mezcla de aventura con compromiso. Una tarde-noche no aguantó más, partiría a primera hora, llamó a sus hermanitos.

- Luisito, sos el más grande, vas a estar a cargo de todo en mi ausencia, te lo digo delante de todos para que tu palabra tenga mi aval, confío en vos, cuida a mamá y estos sátrapas (señalo a José y a Ana), no le des de comer demás a los chanchos y habla con doña Inés cualquier duda que tengas con la cosecha, no dejes de ir a la escuela. Les prometo que en cuanto esté ubicado en la capital los vengo a buscar, los quiero mucho – puso la mirada fría para no blandear, no podía perder el coraje.

- Andá tranquilo Martincito, todo va a estar bien. Que bueno la capital, dicen que la gente es feliz allá y que hay bailes, carnavales con disfraces y trabajo para el que llega.

- Sí, lo sé, lo mismo escuche, es la oportunidad de hacerlo.

Se despidió de todos y le dejo un beso en la frente a su madre Ana, quien dormía, cansada de una larga jornada. Tomó el morral, metió la frazada hecha por su abuela, un poco de carne seca, unos trapos y algunas mudas de ropa, se colocó el facón en la cintura, el mismo que había pertenecido a su padre Martín, y se puso las botas que este le enseño a hacer.

Las estrellas cambian de forma y ahora ve a su Buenos Aires, a la ciudad que él imagina, calles anchas, carros ostentosos, el puerto del que todos hablan a la orilla de un manto espeso y plateado, personas con ropas lujosas. Y se le cierran los ojos con esa imagen; se reconforta al saber que el fin de su travesía es tan importante para su familia y se olvida del dolor. Los grillos por fin le cantan como una nana que su madre le cantaba de chico, cuando le temía a la oscuridad y a mandinga que vendría a buscarlo si se portaba mal; que absurdo es todo, en estos instantes no sentía miedo a la nada que lo rodeaba, su madre velaba por él y lo cuidaba con su amor a la distancia.

El sol con un latigazo duro y cruel lo despertó, juntó sus cosas y emprendió nuevamente su calvario, su cruz pesaba menos, había descansado bien. Una duda lo abordo, la maldita duda si estaría yendo en dirección correcta, nadie a quien preguntar, solo restaba confiar en su sentido común, que lejos estaba de todo, que lejos estaba su infancia.

Halló agua en una laguna, formada por alguna lluvia; se quitó las botas, las vendas y remojo los jirones de piel que simulaban ser sus pies, lo primero que sintió fue dolor mucho dolor y ardor, pero luego la calma fue inmediata y tan grande que se quedó largas horas. Se sumergió, era necesario refrescarse, quitarse el polvo y la tierra de días y días. Cargó de ese líquido más valioso que todo el oro del mundo, no sabía cuando volvería a encontrar agua. Antes de continuar hizo un fuego, sacó su jarro y se preparo unos mates, ya casi no recordaba el sabor de la yerba, la vitalidad que le dio la bebida lo reanimó como para continuar; volvió a enfundarse con las botas y se cruzó la correa de cuero del bolso sobre el pecho, siguió el movimiento del sol, esa su única guía junto a las marcas verdes de los árboles producidas por el viento del sur.

El tiempo parecía eterno, las flores silvestres formaban un mar de colores en un atardecer rojo, como si fuese el último, perdía nuevamente las fuerzas y no le quedaba nada por comer ni beber; cayó de rodillas y tapó con ambas manos su cara, ocultando las lágrimas a la tierra, igualmente estas gotas de agua salada producían pequeños orificios en en la tierra suelta. Por primera vez sintió que no lo lograría y le costaba respirar, el fracaso era su peor enemigo. Las sombras negras de pájaros lo rodeaban en círculo y el calor lo derretía contra el suelo.

Vuelve a abrir los ojos y el pajarraco lo observa intimidándolo, le cuesta mantener la cabeza en alto. El alivio llegó, vio por detrás del ave, la entrada a Buenos Aires, sonríe, pasa un carro frente a él y una arcada con pastos tiernos se ilumina, ve una calle ancha que se pierde en un horizonte infinito, empinada y brillante.

El ave se posó sobre la espalda de Martincito y comenzó a desgarrar sus ropas, una mano con falanges expuestas al viento lo espantó; la muerte piadosa le acaricia la cabeza al hombre en cuerpo de niño y susurra.

-Cuándo aprenderán, que no se puede luchar contra lo inevitable – Se adentro en las sombras de los árboles y desapareció.

Martincito ingresó a la ciudad, donde su padre lo esperaba sentado en una mesa al costado del empedrado, con un mate en la mano, como si supiera que iba a venir.

El cadáver fue encontrado al día siguiente, a diez kilómetros de Buenos Aires, por dos personas del lugar. Le dieron sepultura y plantaron un árbol sobre los restos, que hoy quince años después tiene un tronco ancho y robusto.

En el campo las cosas mejoraron y Ana sigue trabajando con ayuda de sus hijos y se mantiene en pie gracias a la ilusión de que su hijo seguramente será médico y un día vendrá a buscarlos para irse todos a la ciudad.

Gastón Pigliapochi
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jueves, 25 de noviembre de 2010

Arlegui (cuento)

“…Así a veces, cuando cae la noche y pongo una hoja en blanco en el rodillo y enciendo un Gitane y me trato de estúpido, (¿para qué un cuento, al fin y al cabo, por qué no abrir un libro de otro cuentista , o escuchar uno de mis discos?)…”

Julio Cortazar, Deshoras, “Diario para un cuento”.

El viejo Arlegui era cartógrafo, más precisamente se había dedicado toda su vida a la topografía; vivía en la calle Curapaligüe –cerca de la estación Caseros del ferrocarril San Martín- junto a su mujer quien lo acompañaba desde hacía ya cincuenta años. Por esas cosas de la vida no tuvieron hijos; el tiempo que le demandaba el trabajo a él y la pasión que este le ponía no lo dejaban pensar en otra cosa. Ana, su mujer, era maestra de primaria y le gustaban mucho los niños, tenía una enorme paciencia y un gran amor en su pequeño cuerpo, para ellos. Ella aceptó el no tener chicos (esas cosas se aceptan pero no se perdonan, ese perdón personal hacia uno mismo), igual estaban los sobrinos y los alumnos que llenaban ese vacío.

Arlegui era un perfeccionista de su trabajo, él mismo participaba de los estudios de campo, yendo con los helicópteros y caminando las zonas, tomando medidas y fotografías; luego se sentaba con las fotos y los datos, comenzaba a trazar las líneas, no era amante de ninguna tecnología, amaba lo que hacía y en cada mapa dejaba una parte de si. Así como Goya pintó La Maja Desnuda, cada curva del topógrafo era una obra de arte. La tarea era lenta, tardaba días en terminar un mapa, días en los que su señora prácticamente no lo veía, él se encerraba en su escritorio y empezaba a dibujar sobre la mesa y pintaba las alturas las profundidades, la vegetación, lo desértico, latitudes longitudes; se imaginaba como un ser pequeñísimo que transitaba por esos caminos, decía que quien mirase el mapa debía experimentar lo mismo.

La paga era buena y además conocía lugares, lo único malo era que extrañaba a su mujer y se lo hacía saber a ella, entonces, la invitaba a cenar a los lugares más caros y Ana disfrutaba enormemente de eso, era un momento en el que conversaban y se contaban hazañas; ella tenía su rutina, le tomaba las manos, le decía que el callo del dedo medio estaba más duro, lo besaba, le daba para probar de su comida, le contaba de la niñita de trenzas que le preguntaba “¿por qué se enamora la gente?” y la dejaba sin respuestas, hasta que en esa unión de manos sobre un mantel fino entre platos y copas, entendía sin entenderlo, pero, como explicar eso a una nena; Arlegui la escuchaba y le sonreía casi sonrojadamente y le decía “hay misterios que es mejor no encontrarles respuestas y disfrutarlos” y luego le resumía en lo que estaba trabajando. Al día siguiente la monotonía volvía junto a los monosílabos y las frases cortas “buen día” “chau amor” “¿cenás hoy?” “sí” “no”.

Los años pasaban, en algunas ocasiones iban a vacacionar a las sierras de Cordoba, a la casa de un amigo de él que se había hartado de la ciudad y su velocidad y se fue a vivir con su mujer a Capilla Del Monte, esos días eran memorables, la pareja tenía un hijo “Ricardo”, era muy mimado por todos, le encantaba estar con Arlegui (el encanto era mutuo) ya que este lo trataba como adulto y no como un nene, le enseñaba a dibujar y a trazar pequeños mapas, le mostraba como encontrar el sur y como saber si iba a llover. Por las noches cenaban en el patio bajo las estrellas; las mujeres hablaban de los chicos, una por su experiencia como madre y la otra por su pedagogía y como madre de tantos hijos ajenos.

Los hombres fuman y hablan de sus trabajos, de escritores y de San Lorenzo, Ricardito comparte esa charla de machos y acota cada tanto “¿sabes que tengo novia?” (siempre lo trataba de vos a pedido del mismo Arlegui).- Mira vos este mocoso – Le decía a Adolfo (su amigo), mientras le frotaba enérgicamente la cabeza al niño.

- ¿Y cómo se llama, che?

- Mirta

- ¿Es compañera del colegio?

- Sí, pero ella no sabe que es mi novia – Se sonroja, Arlegui y Adolfo rompen en carcajadas.

Arlegui le decía a Adolfo que le impresionaba la tranquilidad del lugar, que se despertaban todos los sentidos, uno sentía que el cuerpo no pesaba, como si tan sólo fuesen almas, lo miraba al pequeño, quien estaba absorto, con una mirada extrañada y pensativa.

- Cerrá los ojos Ricardito – Le decía

- ¿Para qué? – Preguntaba desconfiado

- No te voy a hacer ninguna broma, vos cerralos – el niño los cierra.

- Ahora decime, ¿Qué sentís?

- Nada – Respondía impaciente.

- Presta atención, tranquilo ¿Qué olés? – Ricardo inhalaba profundamente por la nariz.

- Huelo a tierra mojada, como cuando mamá riega las plantas.

- ¿Qué más?

- A peperina, un poco a durazno.

- Bien, ¿Qué escuchás?

- Grillos, ranitas, ah, y el río

- ¿sentís algo en la cara o en la piel?

- Siento la brisa, como si me acariciara papá o mamá. ¿no me estas acariciando? ¿no pa?

- No – respondía Adolfo con ojos humedecidos.

- Ahora ¿Qué sabor te viene a la cabeza?

- Café con leche – Decía rapidamente Ricardito.

- ¿cómo te sentís?

- Contento – Y sonreia

- Bueno ahora cuando sientas algunas de estas cosas todas estas imágenes te van a venir a la cabeza siempre, y ,cuando estés triste, porque lo vas a estar algunas veces, sólo tenés que cerrar los ojos y pensar en estas cosas y se te va a ir la tristeza, vas a conectarte con tu alma.

- ¿Qué es el alma? – Le preguntaba ya con los ojos abiertos.

- Es muy difícil de explicar, ya vas a descubrirlo sólo, pero donde guardaste todo esto es parte de tu alma.

Conociendo al niño, Adolfo interrumpe la charla; le apoya la mano sobre el hombro a Ricardo y le susurra al oído.

- Andá, traete la botella de grappa – El niño sale corriendo por el caminito de piedras.

- Nunca voy a entender por qué no tuviste hijos, serías un gran padre.

- Posiblemente, aunque también es probable que con Ricardito me lleve bien porque no es hijo mío, ese chico es especial, no parece que tenga nueve años, es muy despierto. Que sé yo amigo, cosas de la vida.

- Viejo, venite a vivir acá, yo te puedo conseguir un lugar en la escuela para que des clases ya que te gusta tanto esta paz.

- ¿Yo dando clases? – rió Arlegui – No; además, esta paz como decís vos, me encanta porque me desenchufa del caos pero, si viviera acá no lo disfrutaría y me volvería loco, dejame, así estoy bien.

El niño apoya la botella y tres vasitos en el suelo.

- ¿Tres vasos trajiste?, si somos dos – el nene lo mira con cara de cordero degollado – no mirés así, sos muy chico para tomar esto.

- Dejalo, que se moje los labios aunque sea.

- Vos lo mal crías, está bien, solo un traguito.

La charla se prolongó hasta entrada la madrugada; Ricardito, colgado como un koala del cuello de Arlegui, dormía. La mujer de Adolfo y Ana se acercaron.

- Miralo a este, que pesado que es, damelo que lo llevo a acostar – le dijo la mujer de Adolfo mordiéndose el labio inferior y entrelazando y apretando las manos.

- No me molesta, para nada, dejalo.

Pasaron la noche de charla, recordando cosas de la niñez, aventuras olvidadas por uno o por otro y desconocidas por las mujeres. Acordaron ir por la mañana a montar a caballo para recorrer los cerros, se dieron las buenas noches y se fueron a dormir. Salieron temprano, estuvieron la mitad del día por las alturas y tomando mate bajo los árboles; cuando regresaron empaquetaron los objetos para volver a Buenos Aires, Arlegui se despidió por la noche de Adolfo, con un fuerte abrazo, sabiendo que no se verían por un largo tiempo.

Una vez en la capital lo cotidiano y rutinario volvía, el poco tiempo, los mapas, los días acompañados pero solitarios. Todo lo descansado quedaba atrás, el viejo trabajó uno años más en el centro de cartografía, hasta que este fue totalmente modernizado y prescindieron de la labor de Arlegui; le ofrecieron un puesto administrativo, no lo acepto. Su mujer le dijo que podían vivir con el sueldo de ella y con la jubilación de él, pero para este, no trabajar era como estar muerto.

Retorno a la escritura y el dibujo, pasó mas tiempo con Ana, se dio cuenta cuanto amaba a esa mujer y lamentaba el tiempo perdido. Se le ocurrió realizar un mapa topográfico de la ciudad con sus casas, árboles, calles y todos los detalles.

Comenzó a recorrer los barrios: Villa Urquiza, Devoto, Belgrano. Recolectaba información, medidas, fotografías y luego dibujaba; durante años se dedico a esto, modificando los mapas, pero Ana se enfermó, ya no podía acompañarlo en su peripecia, así que le hizo compañía, la cuido y le prometió ir a vivir a Córdoba, pero el destino juega injustamente muchas veces; Ana falleció ese mismo año, el viejo se compenetró mas en su mapa de la ciudad, pero no pudo seguir. Al volver a recorrer los barrios notó que donde había un chalet había ahora un edificio de siete pisos, que la arboleda de la calle Melián, en Belgrano, ya no estaba; que donde hubo adoquines ahora estaba cubierto por un asfalto negro, intento cambiar los mapas pero los cambios eran tan rápidos y grandes que no alcanzaba nunca a tener un mapa actual, hasta que una mañana se encontró en el patio, en su pequeña casa, sin sol, miró hacia arriba y se vio rodeado de edificios.

Con la muerte de Ana y su sentimiento de inutilidad se deprimió, pero tuvo una decisión muy inteligente (mucho más que la que yo hubiese tenido); cuando me lo encontré y me contó el resumen de su vida estábamos en la terminal de micros, yo iba hacia algún lugar buscando un norte, él iba a Cordoba a trabajar de maestro y a vivir allá, que es lo que Ana quería, escribió una novela homenajeando a su mujer.

Al subir al micro me dijo:

- Amigo, escriba esto, viaje, recorra, sueñe; pero sepa que eso que busca está en usted, siga el mapa que tenemos dentro, de recuerdos, vivencias y esperanzas y no deje que el trabajo lo aleje de lo que anhela y de lo que ama.

No me importó que el viejo no me reconociera, habían pasado veinteaños de la última vez que nos habiamos visto, aquella noche en la que tome grappa por primera vez; no le dije quien era ni que mi padre lo esperaba, simplemente me quede con su imagen con su recuerdo y con esa fuerza que siempre tuvo y con una frase que me dijo en medio de la charla y el café:

“No hay dudas que la naturaleza es mucho mas sabia que el hombre, porque pasan años para que las cosas se modifiquen y tengamos que modificar los mapas; en cambio el hombre es inconformista y por su desarrollo constante nada nunca es igual, es imposible hacer un mapa de las cosas que el hombre modifica a su placer."

sábado, 30 de octubre de 2010

Momento erótico

Él recorre su espalda con la yema de sus dedos casi sin tocarla, va descendiendo hasta el cóccix, para luego entrar en esa línea que divide los muslos, ella se contornea de placer y le pide que no se detenga; pero cuando él llega al lugar húmedo, donde se esconden los secretos del universo, retira la mano y se aleja. Ella lo busca con la cabeza sin ver por la venda que tiene en sus ojos.

Él se acerca al oído de ella y le susurra algo, apenas le muerde el lóbulo y con la punta de su lengua roza su cuello, ella aprieta los labios y traga saliva, ahora la da vuelta y la deja boca arriba sobre la cama, le lame casi imperceptiblemente sus labios y con la palma de sus manos acaricia sus rígidos pezones, este placer-dolor le gusta mucho a la muchacha, él comienza a bajar besando en algunas partes el cuerpo de ella, hasta llegar a la cueva de los Dioses, suave y sin vello.

Apoya su lengua caliente en los labios y los abre de apoco, siente ese jugo entre salado y metálico que sale de ella, mientras esta se vuelve a contornear, gime y le envuelve la cabeza a él con sus piernas y lo empuja hacia su sexo, la penetra con la lengua y juega con su clítoris, ella alcanza el clímax y le pide que la penetre, que no espere más.

Ahora apoya su miembro en esa humedad y juega nuevamente, hasta que de un golpe seco y directo la penetra, ella explota de placer y grita muda; luego de algún tiempo, él la vuelve a voltear y mete su falo desde atrás, le excita sentir las nalgas de ella golpeando su pelvis, apura el ritmo, ella le pide que pare que no se apure, él sabe cuando parar y lo hace cuando ella esta llegando nuevamente a un orgasmo, se detiene, ella lo odia en ese momento pero a su vez disfruta mucho de todo esto.

Nuevamente boca arriba, vuelven a iniciar el juego tumultuoso de penetraciones y transpiración, gemidos y violencia sexual, ahora él esta a punto de llegar, le pregunta si la ama él le dice que sí y le promete cosas, los orgasmos de ella son cada vez mas intensos y con mayores espasmos, pero este último es el máximo y el saca su miembro y acaba en el Monte de Venus.

Ella se quita la venda y él le desata las manos, se limpian con una servilleta de papel y se acuestan a mirar el techo, ella le vuelve a preguntar si la ama, él le vuelve a decir que sí.

Gaston Pigliapochi

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lunes, 25 de octubre de 2010

La noche Serena (cuento)

Se detuvo el auto en medio de la ruta, intente darle arranque pero nada, el burro patinaba, en la última prueba se quedó sin batería. Abrí la puerta y me asomé a la autovía sin luz alguna, solo negrura infinita, esa misma negrura que en mis pesadillas me perseguía y nunca lograba alcanzarme (tal vez sí y por eso me despertaba), intenté realizar un llamado telefónico con el celular “el sistema se encuentra congestionado, inténtelo mas tarde”, imposible comunicarse (cuanta tecnología para alejarnos).
Pasaban las horas y por el camino no circulaba ni un solo automóvil, supuse que era una ruta muy poco transitada, no tenía ni la menor idea de que ruta era, ni donde estaba yo parado, mientras tanto Víctor dormía en el auto, en el asiento del acompañante tapado con su campera con corderito, es increíble como dormía este pibe, podían bailarle un malambo encima que no se enteraba, lo sacudí pero no hubo caso. El frío me estaba congelando las manos y la nariz, me volví a meter en el auto, el tiempo no pasaba, mire de reojo a Víctor y recordé la primera vez que nos vimos.
Yo salía una tarde del Bachiller, aislado de mis compañeros (como siempre) y por la vereda de enfrente caminaba Víctor venía con la cabeza gacha pateando algo, no recuerdo bien qué (mi memoria no siempre me juega buenas pasadas) creo que era una cajita de jugo, yo justo cruzaba para tomar el colectivo y nos encontramos en la parada, me hizo un caño con el objeto y me miró desafiante, hice una mueca estúpida entre sonrisa y rabia, le cayó simpático aparentemente y se presentó; subimos al colectivo y nos pusimos a charlar, él estaba un año mas arriba que yo en el estudio pero compartíamos profesores y nos divertimos mucho hablando de “Peluquín” la profesora de literatura.
La noche se cerraba cada vez mas, subía la humedad y bajaba la temperatura, se me ocurrió mover el auto sobre el pasto lejos de la ruta, así fue como volví a descender del auto y lo empuje Víctor ni se enteraba de lo que pasaba, me dolían las manos sobre todo los nudillos, una vez puesto el automóvil en un lugar más seguro me senté nuevamente al volante y me dispuse a intentar dormir, cuando al cabo de un tiempo se me comenzaron a cerrar los ojos, mi acompañante me despertó y me preguntó que había pasado le explique de mala gana debido a que quería dormir y que todo fuese un sueño, me dijo que no nos podíamos quedar ahí, que seguramente nos estaban buscando y que de un momento a otro darían con nosotros y trate de hacerle entender que no había forma de arrancar el coche y no había donde ir, que no sabía ni donde estábamos, que lo mejor que podíamos hacer era esperar a la mañana, me miró y me dijo que era una locura y que no pensaba volver al infierno, me manoteo el mate y el termo y se cebo uno mientras me miraba nervioso.
Mientras lo miraba volví a recorrer los tiempos en que nos conocimos, cómo habíamos llegado hasta acá; fue siempre mi único amigo, compartíamos todo, íbamos a los bailes juntos y nos emborrachábamos al terminar la noche solos como siempre, crecimos jugando en el barrio con los pibes a la pelota, si bien era un lugar complicado por las noches nosotros no temíamos a nada, y así nos hicimos más de una vez habitué de la comisaría. Víctor consiguió trabajo en un depósito de productos farmacéuticos, yo, me puse un kiosco; a los dos nos iba bien, conocí a María una tarde que vino a comprar chocolates, me quedó debiendo unas chirolas (realmente no importaba lo que me debiera, todo había sido pagado con su simple presencia), vino al día siguiente a pagar lo que faltaba, vivía cerca del local y empezó a pasar mas seguido, hasta que comenzó a quedarse tomando mate y me hacía compañía. El encuentro de Víctor con Maria no fue muy fortuito; estábamos cerrando el kiosco una noche con María y nos disponíamos a ir al cine, llego Víctor con la idea de ir al billar, en realidad yo había olvidado que era jueves y estos días eran de billar y picada, no le cayo bien que le dijera que no podía que iba al cine y tampoco le cayo bien a María que invitara a Víctor al cine, es decir ambos estaban disconforme y se notaba en el aire.
Mientras chupaba de la bombilla miré por el retrovisor y vislumbre en la noche un bulto que se aproximaba, rápidamente abrí la puerta y corrí hasta el asfalto frió y vaporoso, era un hombre en un carro tirado por caballos, me cruce delante, el insulto que me aquel me largo por aparecerme desde la nada fue muy claro, le conté lo que había ocurrido y le dije que estaba con un amigo en el auto, el paisano miró hacia la silueta del auto con la puerta abierta y la linterna sobre el asiento iluminando el interior volvió la vista hacia mi, note un dejo de perplejidad en su mirada, me dijo “no es buen lugar para quedarse” le pregunte donde estaba el pueblo mas cercano, el hombre me dijo que estaba a unos cincuenta kilómetros, le pedí si me llevaba y dijo que no podía que no se que, le insinué que la ruta me parecía muy poco transitada, el viejo me miró y me dijo que hacia 3 años que nadie la usaba, que no entendía como llegue yo ahí, le tome la muñeca y le dije que me ayude, el hombre sacudió las riendas y salio al galope limpio y se perdió su figura en la nada absoluta. Miré el auto, la linterna se estaba quedando sin pilas y Víctor no estaba, con razón el viejo me miraba raro me dije a mi mismo, debió pensar que estaba loco; fui hasta la parte trasera del vehículo y busque a Víctor, no aparecía por ningún lado, al cabo de un tiempo alguien me tomó del hombro derecho me asuste y al darme vuelta era Víctor que me explicó que fue a orinar por ahí, nos metimos en el auto y comenzamos a planear que haríamos.
Comenzamos a salir con María cada vez mas seguido y luego de unos años nos fuimos a vivir juntos y al poco tiempo nos casamos, Víctor fue testigo junto a una amiga de María. Esta se quedaba en la casa y pintaba, mientras yo seguía trabajando en el kiosco; una tarde de otoño vino Víctor con una idea muy loca para mí, no era la primera vez que traía algo así entre manos, me trajo los planos de la habitación donde estaba la caja fuerte de la empresa, es decir del deposito de productos farmacéuticos y su idea era robar lo que había en su interior, no era mucha plata, pero lo suficiente para no trabajar por algún tiempo, todavía no se cómo, pero me convenció y ese fue el primer trabajo de una larga serie.
Entramos reducimos al personal cortamos la alarma de proximidad, Víctor tenía toda la información necesaria y algún que otro cómplice que arreglaría con migajas, reventamos la caja y robamos unos ciento cincuenta mil pesos, nunca pudieron agarrarnos. Yo seguí trabajando en el local para no levantar sospechas y Víctor renunció al depósito y fue a trabajar a una empresa de seguridad. María algo sospechaba de las reuniones con Víctor, nunca lo soportó, pero no decía nada más que ese flaco no me gusta.
Se enfrió el agua del mate y Víctor me sugirió sacar la garrafa que estaba en el baúl la que usábamos cuando íbamos a pescar, la saque y la puse al lado de la puerta la prendí y calenté el agua, también me dijo que traiga la otra linterna, mirábamos el mapa y no podíamos deducir donde estábamos, guardé el arma en la guantera Víctor me dijo que el no se desprendería de ella por nada y que la usaría si era necesario, el salía vivo sin que lo agarren o no salía. La noche no pasaba más, el alba no llegaba, y a lo lejos se oían perros aullando y grillos, empecé a tener cierta paranoia y a pensar que ya estarían cerca, pensé en la estupidez que fue hacer eso, nadie se mete con algo tan pesado, todo el mundo sabe que hay cosas que no se deben robar, coloqué nuevamente mi arma en la cartuchera bajo la axila y llené el termo con agua bien caliente, nada como un buen mate amargo para mantenerse caliente y despierto le dije a Víctor, que asintió con la cabeza y tomó el mate de chapa con las dos manos.
Cómo fue que habíamos llegado hasta ahí, cómo fue que acepte cometer esa estupidez, es cierto que era mucho dinero, teníamos un contacto, mejor dicho Víctor tenia un contacto en una de las mesas un crupier que por un diez por ciento de lo que robáramos se conformaba, robar el casino no era un gran idea y lo sabía, pero me convenció con la idea de la facilidad, de entrar y salir, era evidente que no lo podíamos hacer solos, necesitábamos algunas personas mas, así fue como conseguimos un par de socios más conocidos de Víctor, nos dispusimos a llevar a cabo el plan. Entramos y reducimos al de seguridad de la entrada, mientras dos mas iban a reducir a los de adentro, el crupier nos marco donde estaba la sala de vigilancia y donde estaba el dinero, no disparamos un solo tiro, todo fue reducción y uno que otro golpe, salimos rapidisimo del lugar ya estaba los autos en la puerta, Victor y yo subimos al mio y salimos del lugar con el dinero, perdimos de vista a los otros autos, salimos a la autopista a toda velocidad y salimos a la ruta; en qué momento doblamos mal, en qué momento perdimos la orientación y terminamos en esta oscuridad.
Unas luces azules y blancas comenzaron a acercarse desde la cerrada noche, solté el termo y tome el arma, lo mire a mi compañero y le dije “se acabo el juego”, el dinero estaba guardado bajo el asiento trasero del auto, las luces ya nos envolvían completamente y varios vehículos se detuvieron a nuestras espaldas y a nuestro costado, una voz de mando ordenó que descendiéramos del coche, la transpiración fría me comenzaba a caer de la frente, se me vino a la cabeza María y las tardes en las que tomábamos mate en el kiosco, volví la cabeza hacia Víctor pero no estaba, mire el retrovisor y vi las luce que giraban y vi mis ojos que de pronto fueron los de Víctor, afuera se escuchaban gritos y movimientos veloces de personas, botas jadeos, el primer disparo pego en la frente de la imagen de Víctor en el espejo y rompió el vidrio, me agache y cargue la recamara de la Glok, todo estaba perdido, ya no había vuelta atrás, baje del auto por la puerta del acompañante y les grite que no me entregaría y comencé a disparar, mi amigo no aparecía por ningún lado, lo supuse herido en algún lado del campo, “suelte el arma y haga las cosas mas fáciles” escuche, me metí debajo del coche y tire, le di a un par de oficiales hasta que una bala me pego en la pierna y ya sin municiones y solo, no me quedo otra que entregarme, pedí que no dispararan mas y salí, tres policías me rodearon, uno me puso boca abajo en el piso y coloco su rodilla en mi cuello mientras me colocaban las esposas, les pregunte donde estaba Víctor, me miraron extrañados y dijeron que no había nadie mas.
Fui llevado a juicio unos meses después de permanecer en prisión, Maria me visitaba de vez en cuando, se me consideró esquizofrénico y así fue como termine en este hospital psiquiátrico, se me dice que Víctor nunca existió, y Maria dejó de verme hace por lo menos ya dos años, lo ultimo que me dijo fue que no tenia cura y que yo nunca acepte mi enfermedad, por las noches extraño a Víctor, tomar mate con él charlar de la época escolar, y me duermo solo y con frió, pero estoy cómodo no me quejo.


Gaston Pigliapochi
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jueves, 21 de octubre de 2010

La Venganza (cuento)

Aranguren, toma asiento en el escritorio y comienza a enredar ideas en su telaraña de tinta y papel.

Era un día soleado de primavera, era un día de rutina en la vida de… -tacha y vuelve a escribir -, El día era uno más de entre tantos en la tierra, pero para…, nuevamente se detiene, algo le falta, algo no puede escribir, busca en su cabeza, no encuentra personajes para la historia que intenta desarrollar. Vuelve a empezar, una vez, otra más y otra, cambia de rumbo. La muchacha pelirroja, busca en su bolso algo para escribir, anota un número telefónico y se lo entrega a su compañero de viaje, Tome mi nombre es…; una vez mas la ausencia de nombre no le permite seguir tomando nota, se angustia, enciende un cigarrillo y se sirve coñac, camina por el cuarto dándose pequeños golpes en la cabeza, pero es en vano, no se le ocurre nombre alguno ni descripción válida para participantes de la historia.

Se sienta en el piso apoyando su espalda en la pared que es sostenida por un cuadro de Dalí, acerca sus rodillas al pecho y hunde su cara entre ambas, se frota la nuca y revuelve su pelo; siente pasos ajenos, al levantar la cabeza ve frente a él a “Isabel” (la pelirroja) y al “Poeta”, quien le susurra algo al oído de ella. Aranguren se frota los ojos con los nudillos y se dice por lo bajo, No es posible, estoy soñando, debo despertar, entra en la habitación “El Ciego” y el resto de sus personajes. El Poeta se le acerca y le dice, Hasta aquí llegamos, no seguiremos siendo tus marionetas.

Alberto se levanta del suelo de un salto y aleja al Poeta con una mano, Ustedes no existen, más que en mi imaginación, no tienen voluntad, sacudió la cabeza de forma brusca, ¿Por qué del temor, entonces?, sostuvo El Poeta, con una sonrisa irónica de la que hacía cómplice al resto, quienes mientras tanto revisaban cuanto encontraban en el cuarto. El Poeta se sienta ante la máquina de escribir y comienza a teclear.

El día esta claro, no hay nube alguna, las mariposas revoloteaban por sobre los pensamientos que alfombran el parque; en la inmensidad de sus soledad el hombre saca punta a su lápiz y se dispone a escribir, es el escritor Aranguren, un ser mezquino y egoísta. Una mariposa de alas amarillas se le posa sobre el lápiz y cae muerta.

Aranguren no entiende lo que pasa, de pronto se encuentra distraído en el parque y siente un gran enojo hacia la vida, no sabe que escribir, la muerte del insecto lo reconforta, sabiéndose así su destino, su liberación. Se levanta y corre al kiosco a comprar cigarrillos.

Isabel le susurra al Poeta, Una mujer, un amor que lo haga sufrir como nosotros sufrimos a menudo en sus historias.

La quiosquera le da un atado de Gitanes importados y le guiña el ojo, el escritor toma el paquete, ella roza con sus dedos la palma de Alberto, este se sonroja y no tiene palabras. La mujer le dice que ya termina su turno y lo invita a beber algo, él no se rehúsa y la espera en el banco frente al local.

Nada como una historia de amor dice El Poeta, el resto asientan con la cabeza, pero el amor es tormenta.

Van al bar que se encuentra frente a la estación, se cuentan sus vidas, se olvida de la mariposa muerta y se enamora de la vida que odia, la contradicción lo abarca por completo, lo arrima a un precipicio de incalculable altura, se despiden con un compromiso a otro encuentro.

El Jorobado se arrima al Poeta y le dice, No es justo que sea tan bello, a nosotros siempre trato de tirarnos a menos, Es cierto, dice El Poeta.

Se levanta como cada mañana, se pone sus guantes para esconder sus deformes dedos, producto del reuma, afuera hace treinta y ocho grados, pero prefiere transpirar a mostrar sus manos, ya le es casi imposible escribir y tiene algunas ideas para un cuento; se acuerda de la cita y sale apurado al encuentro de la joven.

El bar estaba vacío, si a algo le temía Alberto era a esa soledad de mesas y sillas, al entrar la muchacha el escritor miro su reloj y levantó los ojos inquisidores quemando en su hoguera a la pobre niña que denotaba cierta angustia, Cronos siempre gran enemigo del amor. Piden una ronda de cervezas frías, no aguanta y le pregunta si no tiene calor con los guantes.

- ¿Usted que cree? – y le muestra las manos

Ella siente nauseas, lo aborrece. Él lo sabe y la odia por eso, como odia al resto de los mortales.

El Jorobado y El Rengo se ríen, disfrutan de la situación, Isabel siente un poco de pena, El Poeta le dice,No es tiempo para arrepentirse, No no me arrepiento, pero….

Luego de varias rondas de bebidas, con cada vez mas alcohol, y de charlas que no vienen al caso, pero que mas enamoraban a Aranguren, se despidieron con un gesto, simplemente un gesto, sabía que no la volvería a ver y que tampoco se olvidaría de ella.

Vuelve por el parque, el sol, los pensamientos, el lápiz, la mariposa, la necesidad de cigarrillos, el kiosco… El escritor duda, mira por sobre sus hombros y a su alrededor, de pronto recuerda que él no sufría de reuma y que él no es un misógino,Ya entendí que pasa, Si ellos salieron, esta es su venganza, pero puedo cambiarles el juego, se quita los guantes y corre por la avenida.

El Poeta mira a Isabel y le dice, Se dio cuenta, Hay que usar métodos más drásticos.

Mientras corre siente un impedimento en la pierna izquierda, ya no puede correr, más bien cojea a prisa, transpira y grita, Esto es un engaño, yo soy el autor.

El Jorobado le va leyendo al ciego lo que sucede, se vuelven a divertir esta vez a carcajadas.

La calle queda vacía y el escritor sigue arrastrando su extremidad, Isabel entra al juego, va al cruce de Alberto en la esquina del parque, la ve, la toma bruscamente del brazo y la increpa, Por qué me hacen esto, yo les di vida, Y tormentos, agrega la pelirroja exuberante.

-Mejor que deje de gritar, sufrirá peor todavía.

-¿Se puede sufrir más? – le dice consternado.

-Siempre se puede sufrir más…siempre. Deje que las cosas sucedan, no haga esto más difícil.

La mujer lo deja sólo y desaparece a través de las sombras. Aranguren no acepta lo que está viviendo, cómo llego al parque nuevamente, este es el centro de todo o de nada, no lo sabe, no lo entiende y vuelve a su histeria. Nuevamente los pastos se pueblan de gente, personas con rostros desconocidos y algunos casos con la cara de la quiosquera, siente enloquecer, para a estos extraños y les dice que él no pertenece a ese lugar, que él es que debe ser creado y no creado.

Habría que quitarle la voz, dice con señas El Mudo.

De pronto Alberto no pudo gritar más, hizo un movimiento con la cabeza como diciendo “es increíble”, recordó el lápiz, lo empleo (con mucho dolor en las manos), escribiendo en los bancos blancos “Soy El Autor, Soy El Creador De Este Mundo, Esta Es Mi Mente”.

Apaguémosle la luz, dice El Ciego y así fue como el escritor no pudo ver más nada y un bastón lleva en su mano izquierda.

Desconsolado, sucio y cansado, se sienta en el suelo verde, se toma la cara y llora, los transeúntes pasan y le arrojan monedas y exclaman “pobre hombre”, piensa, No entienden nada, nadie entiende nada.

Le viene a la cabeza Isabel, la calle y la esquina, Si tuvieron que hacer aparecer al parque es porque aquí está la entrada y salida de esto. Se levanta de golpe y despliega el bastón, camina dando golpes al suelo, bordea el perímetro del parque, buscando el cantero que tiene grabado en la memoria de la esquina, llega, siente alivio, repasa para que lado camino Isabel, casi por casualidad encuentra el rumbo, se pierde en las sombras, ahora… es libre, no recuerdo el nombre del personaje, no entiendo que pasa, alguien me toca el hombro y una voz conocida, una voz que yo forjé en mi mente me dice, Tenemos que hablar seriamente, hasta aquí es mi texto todo lo que venga después no lo crean, que no lo engañen, yo soy el autor de la obra…

FIN
Gastón Pigliapochi
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martes, 19 de octubre de 2010

Asesinado (cuento)

Se acercó sigiloso al baño, eran las 23 hs de una noche muy fría, esas mismas en las que el vapor que sale de la boca parece el humo posterior de la bocanada de fuego de un dragón. Antes de ingresar encendió un particulares 30, sus cigarrillos predilectos, el olor a pasto quemado ahuyentaba hasta a los mosquitos, arrojo la colilla a la tierra cubierta de canto rodado que rodeaba el sector de baños y con el taco de su borceguí izquierdo la piso como si fuese un gran insecto, una vez dentro examinó con mucha precisión el lugar, fue hasta la tercera puerta de los inodoros, contando desde la puerta de entrada, sabia que era el que siempre usaba como si fuese cabala, se detuvo de frente a la puerta, desde el otro lado una voz ronca le pregunto si necesitaba algo, no dio respuesta alguna.
-Discúlpeme, ¿se le perdió algo? – volvió a insistir la voz.
Metió la mano en el bolsillo derecho de su campera y empuñó su puñal corto, abrió la puerta que no poseía prestillo alguno y con la mano izquierda enmudeció e inmovilizo al hombre sentado en el inodoro mientras que con la otra le clavaba en la arteria principal del cuello el cuchillo hasta lo más profundo, para luego revolverlo un poco, el infeliz sujeto expulso gases y orín, luego lentamente fue cerrando los ojos que conservaban una expresión de total asombro y consternación con las dos pupilas totalmente dilatadas, a medida que su cuerpo se aflojaba y quedaba totalmente desparramado en el asiento negro. Retiró el cuchillo lo lavó y guardó. Salió del sitio, su tercer trabajo de ese mes estaba terminado, empacó sus cosas y se fue del lugar, detuvo un taxi y fue hacia la terminal, el crepúsculo iluminaba su cara de satisfacción por la tarea cumplida, sacó su boleto de vuelta a la capital, hizó un llamado confirmando el resultado positivo de la operación, le dieron las coordenadas del punto de reunión, no era otro que el bar del Polaquito.
Tomó asiento en el micro, a su lado se sentó una mujer de unos 28 años colorada como esos cielos del atardecer luego de un día de tormenta, el viaje seria largo, el coche llego a la ruta, se dispuso a leer la novela que tenia avanzada hasta por la mitad.
-Veo que le gustan las novelas policiales – Como forma de iniciar una conversación, aseveró la mujer.
-Me gusta lo hipócrita de estos textos y lo miserable que son sus personajes, por cierto, me llamo Augusto.
-Isabel, mucho gusto
Por la ventanilla solo se veía oscuridad y siluetas de árboles que formaban figuras inexplicables.
-¿Querés una caramelo?-Tuteo Isabel a el hombre, eso le daba a entender a este que le agradaba a la mujer.
-Depende del caramelo
-Media hora
-Dale, aunque no es cierto que duren ese tiempo.
No era posible que ese sujeto había terminado no hacía más de un par de horas algo tan horroroso.
Isabel le pregunto si volvía de vacaciones o de descanso ocasional, a lo que respondió que volvía de un viaje de negocios.
-¿Empresario? – Ella estaba interesada en saber de él – Mejor dicho ¿a que te dedicas?
-Adelanto cosas que de todos modos ocurrirán y a cambio de eso recibo un pago ¿no te parece tonto pagarle a alguien por algo que va a pasar y gratis? – Miró a la dama con gesto reflexivo.
-No lo sé a veces uno desea que las cosas pasen lo antes posible para ver como reacciona todo lo demás sujeto a eso.
El no había mentido y ella no preguntó más nada acerca de su trabajo, sabiendo que no recibiría otra cosa que lo que oyó.
-y... ¿vos? –siguiendo el hilo de conversación Augusto preguntó cerrando ya el libro, como señal de gran interés.
-¿yo? ¿A que me dedico?, soy profesora de inglés y estoy volviendo de mis vacaciones.
Siguió la charla hasta que el micro se detuvo en un parador para que los pasajeros pudiesen comer algo. Augusto bajó y encendió un cigarrillo, lejos del resto de la gente, era un hombre solitario, su trabajo lo llevaba a ser así, siempre de pocas palabras y misterioso; la dama se le acercó y le pidió fuego, cuando estaban en la mitad de sus tabacos les avisaron que debían entrar para cenar, apagaron la brasa incandescente y guardaron el lo que quedaba, ambos hicieron los mismo y se miraron con un gesto reconociendo una gran adicción.
Una vez dentro del lugar, les sugirieron que se sentasen donde quisiesen, el lugar era un gran salón con grandes mesas redondas como para seis personas, luz blanca (quizás demasiado). Augusto miraba el sitio y como le pasaba en cada lugar que iba no podía dejar de pensar en como sería hacer su trabajo allí y de esa forma buscaba un candidato y se proponía el juego macabro en su cabeza, mientras en esos pocos segundos el reflexionaba acerca del plan perfecto Isabel lo tomó del hombro.
-¿Te parece que nos sentemos allí?- señalo una mesa con un par de ancianas.
De pronto se habían convertido en dos viejos amigos compartiendo un viaje, esto no le simpatizó demasiado a Augusto, pero tampoco le molestaba.
-Mejor otra mesa – Augusto le dijo sin mirarla a la cara a Isabel y movió la cabeza recorriendo el lugar buscando.
-Lo que tienen de buenas personas las viejitas lo tienen de curiosas y comenzarán a preguntar ¿son novios? ¿marido y mujer? ¿están de vacaciones? Para luego llegar al: usted esta muy flaco o muy gordo, no debería fumar tanto, y demás interrogatorios odiosos. – Siguió justificando la negativa.
Lo que el no dijo en ese instante fue que una de esas mujeres era la que había seleccionado para su juego, ese era el verdadero motivo de su decisión, ya que no podría sentarse y mirar a la vieja a la cara sin pensar en como matarla sin que nadie se enterase.
Señaló una mesa con un hombre solo.
-Esa mesa es la ideal, hombre solo, sin familia ni nada. Solo hablará si le hablamos y no hará cuestionarios estúpidos, para que tampoco se los hagamos nosotros a él.
La mesa estaba a la derecha de donde estaban parados ellos.
-Realmente es una buena observación, no deja de ser amarga, pero acepto el cambio.
Una vez sentados, se les acercó la moza y les comentó cual era el menú, ambos eligieron lo mismo, milanesa con papas fritas y una coca cola, más coincidencias, pensaba él y más se interesaba en aquella mujer.
El hombre de la mesa como supuso Augusto no habló, hasta que Isabel le preguntó de donde venía y hacia donde iba (no lo podía evitar, era mujer) y la conversación giro entorno a esto, lo hermoso de los lugares y demás banalidades, ningún tema personal.
El tiempo de comida fue corto, tan solo una hora, la gente se fue amontonando en la puerta del parador, Augusto no se levantó hasta que esa multitud se fue reduciendo. Una vez dentro del micro se dispuso a dormir un poco, Isabel entendió esto y no quiso molestarlo, aun faltaban unas cuantas horas para llegar a la ciudad.
Fue una de las pocas veces en su vida que no tuvo pesadillas, simplemente soñó con su casa, con tomarse unos mates con una acompañante y charlar de las vulgaridades de siempre, una vida normal, la mujer, nunca supo si sería la pelirroja, su cara estaba difusa y su cabello diferente. Despertó una vez entrando a la metrópolis, exaltado, mirando extrañamente todo, no hay nada más horrendo que cuando uno esta seguro que se encuentra en el lugar de sus sueños y al abrir los ojos no entendemos como no es así, le dijo esto a la muchacha con un gran dejo de desilusión. Ella le dijo que siempre estamos donde no queremos o mejor dicho queremos estar donde no estamos.
En la terminal una vez que bajaron los bolsos, se despidieron, no sin antes cruzar teléfonos y direcciones.
Augusto llegó a su casa pasado el mediodía, ordenó un poco su ropa y escuchó mensajes en el contestador, todos eran la empresa telefónica haciendo promociones, comió algunas frutas y se recostó en su cama para continuar leyendo la novela, el cansancio del viaje hizo que se quedase dormido sin darse cuenta y sin que lo quisiese.
Lo despertó el ring del timbre, abrió la puerta y se encontró con el mensajero de Tío Alberto, su jefe (el sobrenombre se debía a que era el tema que más le gustaba de Joan Manuel Serrat y se la pasaba escuchándolo).
-¿Qué querés vos acá? – preguntó mientras se restregaba los ojos rojos.
-Me manda el Tío a buscarte porque se te hizo tarde, parece. Andá cambiate y salgamos ya, que estan por llegar todos al bar.
-¿Qué hora es? – Se dió vuelta a ver la hora en el reloj negro de madera colgado en la pared. -¡La puta che! salgamos rajando, no sabía que era tan tarde- Tomó su abrigo y salieron.
Por suerte tampoco vivía tan lejos del bar, es más ninguno vivía lejos del bar, como si ese punto hubiese sido inventado para eso o todos los contratados estaban cerca del lugar.
El bar era un lugar de mala muerte, un tugurio oscuro, donde al entrar lo primero que se veía era la barra y detrás El Polaquito, hacia la izquierda se encontraba una escalera que descendía hasta un garito donde se llegaba a apostar muy fuerte y donde cada dos por tres alguien salía herido (por sus adversarios, por el dueño del lugar o por la policía misma), también se encontraban alguna que otra dama prostituta.
Del otro lado unas cuantas mesas, más adelante el lugar se achicaba formando una suerte de pasillo ancho y en el fondo estaban las mesas del Tío.
El Polaquito: era un hombre maduro de unos 50 años alto rubio y de ojos muy claros, una cicatriz le recorría la mejilla izquierda y parte de su ojo, se la había hecho un mulo retobado que quiso quedarse con mercancía; el polaco manejaba la distribución de drogas de la zona y todo el mundo sabía que con él no se jugaba, este infeliz dealer no lo entendió y terminó como comida de sus propios perros.
La especial atención que recibía el Tío no era casual, a cambio de este lugar para reuniones y de la comida y los tragos gratis, le brindaba al Polaquito protección y de vez en cuando alguna que otra limpieza gratis.
Esa noche mientras el Tío pedía lo de siempre, cada uno de los profesionales contaba su trabajo: si había costado mucho o si fue una tarea sencilla y lo más importante de todo si tenían sospechas de algún testigo.
Llegó el turno de Augusto, recibió su paga, unos quince mil pesos, y comentó el asunto. Cuando estaba terminando su relato el jefe le preguntó.
-Y vos, ¿estas seguro que nadie te vió y que no hablaste con nadie?
-Si, como puede dudar de mi profesionalismo.- Con tono un poco irritado, mientras le daba un sorbo a su vaso de vino blanco.
-Vos sabes como es este trabajo, no se puede andar hablando por ahí, porque hasta las paredes escuchan.
Augusto lo miro con cierta desconfianza a sus palabras, con cierta intriga a que venía esa aclaración, pasaron la noche entre picadas y vinos, hasta el momento de la entrega de nuevos trabajos. Se entregaron todos menos el de Augusto, el Tío le dijo que le daba una semana para descansar, seguía sin entender nada.
Esa madrugada llegó a su casa y cuando estaba por borrar los mensajes del contestador vio que tenía uno nuevo, era Isabel, que le proponía ir al cine al día siguiente, que la llamara por la mañana par confirmar horario, lugar y película. Con una sonrisa entre dientes se acostó y durmió.
La mañana siguiente era gris, con nubes cromáticas de diferentes densidades, una llovizna hacia mas melancólico el día, pensó que no se concretaría la cita, pero igual llamo a Isabel. Eran las diez de la mañana, ella atendió, parecía medio dormida, charlaron un par de vulgaridades típicas de charlas telefónicas y coordinaron la hora, la sala de cine y la película, esta última seria una reposición re acondicionada de “León, el perfecto asesino” a ella le encantaba esa película y el no tuvo problemas, cualquier película hubiese sido lo mismo, solo quería salir con Isabel, sin darse cuenta se estaba enamorando.
En la sala, había alguien comiendo, una nueva modalidad clásica de las grandes cadenas, pero no era algo que a Augusto le gustara mucho, el olor a ravioles a los cuatro quesos no le simpatizaba, así fue como a los cinco minutos de publicidad, se arrimo al oído del gordo que estaba comiendo al lado de Isabel.
-Amigo mío porque no sale a comer y después ve la película o viceversa, es bastante asqueroso ver algo con ese olor dentro de la sala – Fue una amenaza amistosa podríamos decir.
-Mire, no soy su amigo, y yo pagué la entrada como usted y si aquí esta permitido comer no veo porque deba de dejar de hacerlo, tengo derecho. – mientras seguía llevándose el tenedor a la boca.
-No hagamos esto más grave. Tiene derecho, es cierto, pero ellos terminan donde empiezan los míos, y a mi me descompone que esté comiendo eso acá. – mientras decía esto se cambiaba de asiento con Isabel. – Se lo voy a hacer más sencillo y antes que empiece la película, si no quiere terminar con un enema de ravioles, le recomiendo que deje de comer- esto se lo dijo mientras le bajaba la mano que sostenía al tenedor desde la boca hacia el plato.
El hombre se levantó y salió, volvió sin el plato de ravioles y más tranquilo o mejor dicho asustado. Por suerte en la sala no había nadie más comiendo, no habia mucha mas gente.
Augusto empezó a pensar en por qué ver esa película y no otra, ya faltaba poco para que termine. La pelirroja lo tomaba de la mano y lloraba por lo bajo, escondiendo los ojos, él se sentía muy feliz de estar allí.
Al salir del cine fueron a cenar, la charla se tornaba cada vez mas personal, entre tomadas de mano, abrazos llegaron los besos, y de esta forma se entrelazaban sus almas. La acompaño en taxi hasta su casa, ella se despidió desde el umbral de su casa moviendo su mano cerrada de manera circular en su oreja, mañana te llamo le quiso decir o tal vez llamame mañana o simplemente hablamos por teléfono.
Pasaron dos días en los que Augusto no tuvo noticia alguna de Isabel, en los días siguientes trato de comunicarse con ella pero una voz digitalizada diciendo que en no se encontraba que dejase un mensaje lo atendía siempre, dejo mensajes, pero no hubo respuesta.
El lunes, lo mando a llamar El Tío, tenia que verlo para darle su nuevo trabajo, se runieron en el bar.
-Tomá, acá esta la información de tu objetivo a cumplir – le dijo mientras le pasaba una carpeta de cartón rojo ladrillo.
La abrió, era un sujeto común y corriente, se sabía que Augusto, no aceptaba trabajos que incluyeran niños ni mujeres embarazadas.
-¿Cuando hay que llevar a cabo esto? – le pregunto entrecerrando un ojo por el humo del cigarrillo que acababa de encender.
-Lo antes posible, como mucho una semana, si necesitas pensar la estrategia a seguir, ahí tenés todos sus movimientos.
-Bueno, le avisare en cuanto este resuelto.
Se estrecharon las manos y Augusto salió del bar, El Tío se quedó charlando con el polaquito y mirándolo como se alejaba.
Augusto tenia la cabeza en otro lado no podía pensar con claridad en el trabajo, le preocupaba que algo malo le hubiese pasado a Isabel.
A media tarde del martes la colorada lo llamó.
-Disculpa, que no te llame antes, que desapareció, pero tuve que ir a ver a una tía lejana que vive en el interior, está muy enferma.
-No disculpá mi atosigación telefónica y mi desesperación, pero pensé en lo peor, siempre tan drástico yo.- con tono de burlo hacia si mismo y media risa le contesto.
-Querés que salgamos a tomar algo – le propuso Isabel.
-Si, dale, ¿te paso a buscar? – Le pregunto con ese tono de arrebato infantil
-Yo conozco un bar, medio tugurio, si querés nos encontramos allá.
Le pasó la dirección, para asombro de Augusto era el bar de El Polaquito, entonces le propuso otro, ella acepto sin dudar.
Tomaron unos cafés y luego unas copas, ella le preguntó si quería pasar la noche en algún lugar, él pensaba que eso no estaba pasando que lo imaginaba, y volvió a reiterar la pregunta pero de forma inversa, es decir pregunto la pregunta, ella se lo confirmo, en el interior de Augusto se dibujaba una sonrisa y una satisfacción que nunca había sentido. Así fue como se encaminaron a la avenida y tomaron un taxi hasta algún hotel para pernoctar.
Al día siguiente, luego de una sesión de sexo, promesas y desayuno en la cama, Augusto la miró a los ojos.
-Te amo, ¿sabias? – con su cabeza apoyada en el vientre de Isabel mirándola por entre sus pechos.
-Lo presentí, desde la primera vez que nos vimos, pero ¿no te parece muy apresurado el amor?
Él se reincorpó y quedó sentado al costado de ella.
-Ya veo, vos no sentís lo mismo, siempre me pasó igual, en realidad siempre es solo dos veces en la vida.
-No no, no es eso, es que asusta un poco el te amo así, a mi realmente me gusta estar con vos.
A las once de la mañana del miércoles salían del hotel, ella debía ir a trabajar, así que se despidieron en la puerta misma del lugar.
Augusto, cada vez más tenía en su cabeza a Isabel y cada segundo que pasaba la amaba mas, no podía concentrarse en el trabajo.
Ese mismo día, luego de almorzar, se puso a pensar en su vida en general, tantos años abocados a ese trabajo, para qué, si lo que ganaba no había podido compartirlo con nadie, así fue como tomo la decisión de retirarse, esta vez no iba a dejar pasar la oportunidad, “el tren solo pasa una vez, dicen” pensó, “y yo tengo la suerte que ésta es la segunda vez que pasa, no lo voy a perder”. Tomó valor y decidió ir a hablar con el jefe, lo llamó por teléfono y acordó verse en el lugar de siempre.
Augusto llegó primero, le pidió al polaco una ginebra doble y se dirigió a la mesa de reunión.
-¿Ya hiciste el trabajo? – le preguntó El Tío mientras corría la silla y se acomodaba el traje para sentarse.
-No señor, no lo hice y no creo que lo vaya a hacer, vengo decirle que me retiro – con voz firme aseguró
-No, no creo que realmente quieras retirarte, por qué no te vas a casa y lo pensás bien, si querés te doy una semana más.
-Ya lo pensé y quiero hacer una vida normal, quiero tener una mujer, un hijo, poder gastar la plata que vengo juntando.
-Ese es el tema, una mujer, ya me parecía, no seas pelotudo, no dejes todo, pensá lo que perdés
-¿Que pierdo? , juntarme con un par de matones a tomar y ver como cada uno mato a alguien – ya en un tono impaciente y molesto.
-Cuidado con lo que decís, no vaya a ser que te arrepientas – tomando la pistola de su cintura
-Yo te quiero como un hijo, ¿cuanto hace que trabajas para mi?, ¿Cuánto hace que nos conocemos, quince años, diez?
-Quince diría yo, disculpe, pero ya no puedo seguir.
-Esta bien, no hay problema, solo por se vos voy a aceptarlo, dame la carpeta que se lo voy a dar al nuevo. Es un trabajo de un nivel mas alto, pero creo que esta capacitado. – Se levanto de la silla y le extendió los brazos Augusto hizo lo mismo, se abrazaron
-Cuidate mucho pibe – Le dijo al oído
-Usted también
Salio del bar y se sintió muy aliviado, como si alguien le hubiese quitado la gravedad a la tierra y pudiese flotar, no podía creer lo que acaba de hacer, ya vería donde conseguiría trabajo, eso no era importante ahora, tenia plata para poder vivir sin trabajar.
A la noche la llamo a Isabel y le contó de su renuncia, esta se alegro por el entusiasmo de él, te invito a cenar le dijo, la muchacha acepto. En la cena le propuso si quería irse a vivir con el, que en la casa había lugar y que seria una experiencia interesante, le pidió un día para pensarlo, el le paso la dirección.
Isabel estaba en la puerta de su casa el viernes a la mañana, le dejo unas maletas y se fue a trabajar.
Él arreglo el cuarto y vació unos cajones, cocino algo, ella trabajaba media mañana nada más.
Después de unos quince días de vivir juntos, una noche Isabel, se le acerco y le dijo.
-¿Sabés?, estoy empezando a sentir ese amor que me dijiste una vez
-Ves que no estaba loco- le dijo contento
-Si, por un lado es cierto, por otro se hace más difícil todo
-¿Por qué? ¿Qué se hace difícil?
Isabel sacó de su falda una pistola Glock igual a la que Augusto tenía y le apuntó.
-¡¡¡Pará!!! ¡¡¡pará!!! – augusto levantó las manos como tapando el disparo que se avecinaba.
-¿Por qué?, yo me pregunto por qué no hiciste ese trabajo, por qué no me pateaste a tiempo, por qué no me evitaste esto. Yo, soy la nueva, yo, soy la que tiene que hacer esto y el trabajo que dejaste.
-¿De qué hablas?
-No te hagás el tonto, realmente ¿crees que soy profesora de inglés? Manejando como manejo un arma, traté de darte indicios de que sabía a que te dedicabas, hasta te marqué el bar pero no, vos seguías y te enamorabas y para este trabajo no podemos tener familia y lo sabías.
-No es necesario esto, dejame que me vaya y listo, total ¿quién se entera?, nadie.
-Tengo que hacer el llamado y van a corroborar que sea así, y la puta, como me cuesta esto. Porque carajo te enamoraste, yo era solo un señuelo para ver si flaqueabas, porque tenían dudas y no se equivocaron. – Apuntó y disparó
-La puta que lo parió - Augusto cayó redondo al suelo.
Ella no pudo matarlo así que lo hirió y lo dejó en el hospital más próximo.
-Voy a tratar de hacerte desaparecer - fue lo último que le dijo.
Un mes más tarde Augusto me llamó, nos habíamos conocido por casualidad en una plaza, y le había comentado que era escritor, me dijo que estaba en un hospital que no podía confiar en nadie y que quería verme para contarme una historia que pensó podía ser importante.
Llegué al hospital, fui a la habitación, deje el impermeable doblado sobre la silla y me acerque con una silla hasta la cama.
-Siéntese Alberto, déjeme que le cuente esto, solo escriba dándole forma, preguntas y respuestas vendrán después.
Dejé que me cuente la historia, y así la escribí, cuando terminó le dije, no se preocupe por Isabel, está muerta, no me creyó, le dije que un trabajo sin terminar es muy peligroso y le dije acuérdese no hay que hablar con nadie, hasta las paredes escuchan, inyecte un poco de arsénico en la sonda y tape su boca, sus ojos desorbitados me miraban y giraban de forma desquiciada, con el trabajo hecho tomé mis notas, mi impermeable y salí del lugar.
Me pareció que la historia de Augusto era muy interesante como el creía, así que la complete con cosas que yo veía desde la mesa que yo tenía en lo oscuro del bar de El Polaquito, donde siempre formaba parte (a lo lejos) de las reuniones de El Tío, por cierto mi hermano y mano derecha.

GUANTES DE LANA
Gaston Pigliapochi
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